sábado, 26 de febrero de 2011

Entre karaoke y budismo

Si algo se agradece en esta ciudad es la diversidad cultural que existe.  Hace tres semanas me tocó vivir una de las experiencias "obligadas" en Vancouver: el Karaoke en casa de unos amigos filipinos.  Es un estereotipo el que a los filipinos les encanta el asunto y ese viernes pude comprobarlo.

El grupo de amigos del trabajo -los que entramos juntos a la empresa en noviembre- fuimos invitados por Romeo a su casa.  Era su fiesta de despedida, pues consiguió un buen empleo en Calgary, en la provincia de Alberta.

Es en Alberta donde se encuentran las arenas bituminosas, un enorme yacimiento de petróleo en Canadá cuya extracción es criticada por ser altamente intensiva en el uso de recursos naturales (tala de árboles, uso del agua, etc), pues es necesario separar la arena del petróleo inyectando agua hirviendo.  Dicha industria ha llevado una bonanza económica desde hace varias décadas a la provincia que fue durante los últimos años el área de mayor crecimiento económico en Canadá. 

Romeo se cambió a un empleo bastante especializado en tecnología -almacenamiento de datos-, que era justamente su profesión en Filipinas y luego en Singapur, por lo que logró asegurarse un salario más alto al que actualmente nos pagan en la empresa -lo digo en plural porque todos entramos con el mismo sueldo-.  No tardaron en correr los rumores durante el almuerzo de que se fue ganando el doble de salario, después resultó que era el triple, y exageraciones así.  Fascinante la universalidad con la que funciona el chismorreo "de corredor": nuestra naturaleza humana.

Pues decía que nos reunimos en su apartamento, bastante bien equipado, en una zona no muy lejana de mi casa a dos estaciones de tren.  Felizmente había un buffet de comida filipina, por lo que me dí gusto probando platillos cuyos nombres no recuerdo que incluían una especie de taquitos, carne adobada y otras delicias.  Aunque yo llevé una botella de vino, lo que abundó fue la cerveza así que con eso me conformé, aunque en consecuencia solo pude servirme dos rondas de comida.

La plática en la reunión giró, naturalmente, en torno al tema del trabajo, las experiencias y anécdotas de cada uno, las quejas y sugerencias, en fin.  Ya luego de la cena, después de un tiempo de cháchara y varias fotos, noté cuando el cuñado de Romeo sacaba un micrófono alámbrico para conectarlo en la tele.  Ah, ni color...

Así que luego de preparar el equipo, con el nerviosismo e indecisión que caracteriza estas sesiones de karaoke, cada uno fuimos escogiendo canciones en el infaltable librito y animándonos a cantarlas lo mejor que nos fuera posible.  Lo bueno es que como al final la mayoría canta, no hay que preocuparse tanto del momento colorado.  A todos nos toca sufrir al estar bajo el "reflector".

Era casi mi turno y yo nerviosamente seguía dándole vueltas y vueltas a las páginas sin saber exactamente qué canción escoger.  ¿Será que me sé la letra de ésta? No, mejor esta otra.  Mmm...  Está muy fresa...  Como en otras situaciones, lo mejor fue tirarse al agua sin pensarlo mucho.  Uptown Girl de Billy Joel.  Recuerdo haber visto el video de la canción por primera vez a mis nueve años, cuando estaba en tercero de primaria.  Y que alguna vez la pusimos a sonar en la clase, en una vieja grabadora de cassette que saber quien llevaba al colegio.  Así que como ha sido una vieja compañera de viaje, fue mi primera opción.

Sentado angustiosamente en el sillón, mi vano esfuerzo por conseguir una entonación decente me hizo recordar que hay cosas que simplemente es mejor no intentar.  Qué penoso caso..!  Luego de terminar la que al final me pareció una canción eterna y sentir cómo me bajaba el color -menos mal la sala estaba a media luz-, el turno le correspondió a los demás valientes.

Un par de cervezas después, ya talvez un poco más relajada la vergüenza, A Hard Day's Night de los Beatles me ayudó a hacer que los otros cantaran conmigo.  No era para menos, la escogí justamente por aquello de "...and I've been working like a dog".  Y es que vaya si no ha sido estresante y duro nuestro trabajo!  Así que quienes se identificaron con la canción me acompañaron en un coro de voces multinacionales.

No pude evitar recordar a Bill Murray y Scarlett Johansson (baby...) en su karaoke particular en Tokio, en aquella escena de Lost in Translation.  Buena película.

Casi terminando la velada y con mayor confianza -producto evidente de la desinhibición por los tragos y el ambiente- ya de pié y con autoridad dirigí al grupo mientras cantamos La Bamba.  Mucho más fácil para mí y conocida -o por lo menos tarareada- por los demás.  Qué risa.

Un poco antes de medianoche, cuando ya la mayoría se había ido y algunos de los presentes estaban un poco más que alegres entre el vino y la cerveza, decidí que era el momento de volver a casa.  Dos cuadras al tren, dos paradas y cuatro cuadras de la estación a casa.  Como siempre, sin novedad.

Al día siguiente me reuniría con mis amigos, la pareja de colombianos, quienes me han abierto sin condiciones las puertas de su casa. Hemos jugado tenis con Alex en las canchas a la entrada de Stanley Park (a veces a 3 grados centígrados), compartido el almuerzo que prepara Patricia, su esposa y colega mía de trabajo.  Un agradecido cambio a la comida congelada de todos los días.  Y hemos disfrutado de una plática bastante interesante de temas diversos.

Tan diversos, como ese sábado cuando noté una manta con ciertos símbolos orientales colgando detrás de la puerta de entrada a su apartamento.  Imaginé que era algún souvenir chino -hay una fuerte influencia en esta ciudad- pero resultó que eran budistas tibetanos.  Tanto los símbolos como mis amigos.

Así que de forma inesperada, pasamos la tarde discutiendo temas como el ejercicio de la meditación -cosa que intenté en alguna ocasión pero que no encontré la disciplina para continuarla-, del proceso de iluminación que llevó a Siddharta a convertirse en un Buda y de nuestra desconfianza por la mayoría de religiones y profetas.

Me fueron útiles entonces los pocos meses en que me acerqué al budismo en aquel templo de Ciudad Vieja, allá en la zona 10.  De esos días recuerdo muy bien conceptos que he tratado de aplicar en mi vida, como el evitar el sufrimiento producido por el deseo o anhelo.  O la búsqueda de una vida en la que se pueda disfrutar de lo "suficiente", sin excesos.  O algo que me quedó grabado: El principio de la compasión, el entendimiento del prójimo y el compromiso y acción para que otros (así como uno mismo) obtengan la felicidad.  El mismo concepto del "ama a tu prójimo como a tí mismo" del cristianismo.

En fin, fue una tarde provechosa que me llenó de tranquilidad.  Caminando de vuelta, reflexioné en mi forma de vivir y recordé las razones por las que intento llevar mi vida de esta manera.  El pensamiento me ayudó a reafirmarme.  Llegué a mi casa agradecido por un fin de semana de experiencias distintas, entre culturas y nacionalidades diversas.  Un fin de semana entre karaoke y budismo.

"Vos que vas lastimando, a quien se ve distinto
imponiendo posturas siempre con mano dura..."
- Mal bicho, Los Fabulosos Cadillacs