viernes, 31 de diciembre de 2010

La San Silvestre

Sexta avenida zona 4, en el carril frente a las oficinas del IGSS.  31 de diciembre, una y media a dos de la tarde.  Nos hemos reunido miles de corredores que desordenadamente cubrimos unos doscientos metros de la calle, talvez mas.  Serán 10 kilómetros recorriendo la ciudad que cualquier otro día atravesamos indiferentemente en carro o en bus.  Pero éste no es un evento cualquiera, ni es cualquier carrera.  Esta es la San Silvestre.

Tampoco somos cualquier corredor.  Somos los entusiastas, soñadores y relajeros que los otros 364 días del año volteamos para el otro lado cuando hablan de ejercicio, carreras o entrenos.  Pero hoy no.  Hoy estamos aquí, con la adrenalina al tope mientras dizque calentamos y estiramos las piernas, preparándonos para la carga que nos tocará llevar por la noche vieja.  La última del año.

La descubrimos hace tres años.  Nos paramos a la orilla de la 6a allá sobre la 11 calle zona 9 y en cuanto comenzamos a ver pasar a los corredores, en cuanto experimentamos el espíritu de esta fiesta, supimos que el siguiente año seríamos protagonistas.  Queríamos estar ahí, que también nos aplaudieran!

Ah si, un detalle:  ¡Corremos disfrazados!  De piratas hace dos años, de la vecindad del chavo en 2009, y este año de super héroes.  Y así, por aproximadamente una hora -un poquito mas, a quién engañamos- convertimos 10 kms de las calles de Guatemala Ciudad en nuestra área personal de juegos.

La culpa la tienen ellos.  Sí, los que se ponen a la orilla a aplaudirnos.  Claro, quién se va a resistir a experimentar por una tarde, un ratito nomás, la alegría y el sentimiento de armonía que esta carrera nos regala.  Durante ese tiempo, esa hora y pico, no hay barreras ni clases sociales, afuera los problemas cotidianos, la violencia o el racismo.  Todo mundo deseándose ¡Feliz Año Nuevo!

Antes de la carrera, la gente se turna para tomarnos fotos.  Somos parte del espectáculo.  Protagonistas.  Los fotógrafos de la prensa escrita, los de la tele, los de los sitios web de carreras.  Arriba, el característico cielo azul profundo de diciembre y el sol nos alumbra la sonrisa.  La gente se nos acerca y nos pide posar para sus fotos.  ¡Con gusto!  ¡Claro! A ver muchá, ¡Juntémonos!  Y así, va llegando la hora...


Dos y media.  Primero salen las mujeres.  De puntillas logramos ver cómo corren debajo de la pasarela del Centro Comercial Plaza zona 4, abarrotada de espectadores.  Luego salimos los demás.  El nerviosismo aumenta y llega a su clímax mientras comenzamos a avanzar, primero caminando y luego dando finalmente las primeras zancadas.  Por supuesto, no nos interesa ganar.  Eso está fuera de nuestro alcance y de nuestro interés.  Lo que pasa es que ya somos ganadores.  Corremos juntos, somos libres, jugueteamos, gozamos nuestra vida.

Comenzamos todos unidos, en un buen grupo.  La distancia se cubre fácil, y cuando sentimos vamos recorriendo ya el trecho de la Terminal.  Ya empezamos también a saludar a la gente en la acera, agitando las manos, ¡Feliz Año Nuevo, Feliz Año Nuevo!  Mientras pasamos, vamos notando la ilusión de los niños y la alegría de sus padres. 

- Ahí va el Chavo! 
- Papa, mirá a Patricio!
- Adiós Chapulín!
- Chabelo!  (no era Chabelo, el disfraz era de Ñoño...)

Siempre sobre la 6a. avenida, llegamos a la 2a calle, la de la Torre del Reformador.  Fue allí donde el año pasado alguien le gritó al primo: "¡Quico hueco!".  Hasta les servimos de catarsis.  Está bien.



Durante la carrera y mientras rebasamos y somos rebasados, vamos celebrando otros disfraces y ocurrencias.  El Papa, que no ha faltado en los últimos tres años.  El cuate disfrazado de Darth Vader -un tanto impráctico por el peso- va ahí también.  Y nos echamos las porras mutuamente.  "¡Vamos, ánimo!".  Todavía faltan ocho kilómetros...

5a calle zona 9.  La esquina del McDonalds.  El sol nos pega de frente.  Ahora que ya sabemos, usamos bloqueador.  El esfuerzo comienza a molestar a los corredores de una vez al año.  Primero la respiración, comienza a doler el estómago, a "entrar aire".  Pero pueden más las ganas.  Por ahí rebasamos al que va disfrazado de Tortrix. 

Tratamos de mantener el paso, no queremos quemarnos.  Pasamos la Montúfar.  Dios mío, cuántas veces pasa uno por aquí tranquilamente en carro; pero ya se ve que corriendo es otra cosa...   ¿A qué hora llegamos a la mitad?  A pesar de que comenzamos a padecer los rigores del asunto, igual vamos felices.  ¡Adióooos, Feliz Año! 

Finalmente, alcanzamos la cuadra anterior al Reloj de Flores.  Se va terminando la zona 9.  Las hermanas, sobrinas, el tío y familia que todavía -o que ya no- corren, se han colocado estratégicamente para proveernos de agua.  Bienvenida sea!  Aprovechamos para que nos tomen fotos y seguimos.

Corremos bajo el puente en el paso a desnivel.  Un gentío se ha reunido y nos saluda desde arriba.  La primera subidita del recorrido que nos encamina a Las Américas.  Para unos prueba ser un reto ya complicado.  Bajan el paso o se detienen, para continuar caminando.  A recuperar el aire.  Otros mejor toman el "atajo" para esperarnos del otro lado, en la Reforma.  El grupo comienza a separarse.



Los demás entramos a Las Américas.  Vamos rebasando gente que se comienza a quedar:  "¡Vamos, vamos!  ¡Animoooo!"  Qué linda la Avenida Las Américas a pie, tanto árbol y tan amplia que se siente.  Seguimos corriendo para llegar a la mitad del trayecto, donde se da la vuelta a la altura de la Meykos.  El esfuerzo nos va cobrando factura.  Comenzamos a perder el paso seguro que traíamos, y nuestra respiración se vuelve irregular.  ¿Ya vamos a llegar?  ¿Dónde está la vuelta?

Al fin llegamos al retorno.  ¿Llevaremos ya cinco kilómetros?  ¿Talvez seis?  ¡Ojalá!  Comienza a verse más gente a las orillas, animándonos.  ¡Dénle, dénle!  ¡Animo!  Pasamos el Obelisco.  Por ahí rebasamos a los chavos que van disfrazados con el uniforme de no se qué colegio de señoritas.  Nunca fallan. Caperucita roja va por aquí también.  Ah, y Optimus Prime!


Ahora, la Avenida La Reforma.  Segundo punto estratégico para el aprovisionamiento.  Ahí están aquellas, y mientras nos dan el agua y toman fotos, yo voy agradecido.  Sí, me siento feliz de que mis sobrinas puedan ver que tenemos la libertad de hacer cosas distintas.  De tener la capacidad de salir del pequeño mundo en que estamos metidos y de crear recuerdos que, a lo mejor, algún día ellas podrán comentar.  Y robarles una sonrisa en el futuro.  Me ilusiona pensar que vamos construyendo una tradición familiar.

Siempre sobre La Reforma, alcanzamos la 12 calle.  El sol ya no es tan fuerte ahora y nos da en la espalda, lo que agradecemos.  Pero ya vamos cansados.  Los últimos 3 o 4 kilómetros los hacemos más con el orgullo que con el físico.  Es cuando la magia comienza a funcionar.  Es ahora cuando se siente el empuje de la gente.  Es cuando corremos impulsados por las porras, los saludos y la alegría de los espectadores a ambos lados de la calle.  A puro grito, manteniendo el espíritu.  ¡Feliz Año Nueeevo!  ¡Feliz Año!  Uffff...

Comienza la bajada del Liceo, el último esfuerzo.  Agradecemos esta bajada.  Rebasamos a Freddy Krueger y Jason, que van corriendo juntos. Ya falta poquito y nos volvemos a animar.  "¡Vamos muchá!, ya casi llegamos!" "¡Animo muchá!".  Conforme nos acercamos a la entrada del estadio, el Mateo, la gente se ha ido acumulando y cerrando el paso.  Dejan un espacio reducido pero pasamos igual, ya casi estamos ahí.  Nos alientan a dar lo último, y lo último es lo que tenemos.

Entramos al estadio.  Como deportistas de élite, pasamos por esa entrada que desemboca en la pista de tartán y que nos muestra la amplitud del graderío a los lados.  Todavía quedan 400 metros que hacemos con el corazón en la mano.  Ya casi no quedan fuerzas, ¡Sólo porque ya es lo último!  Nos agrada la sensación de los pasos sobre esa superficie suave, en el tartán.  Amortiguando nuestro esfuerzo final.

Antes de llegar, la carrera nos regala un último momento de magia y emoción:  Vemos dos personas mayores que van corriendo amarradas por la mano.  Cuando los rebasamos, nos damos cuenta que es una señora que ha corrido con su esposo, ¡ciego!  Ella ha sido sus ojos a través del recorrido...   Todavía se me hace un nudo en la garganta cuando lo recuerdo.  Para mí, eso resumió el espíritu de la carrera.

Los últimos cien metros ahora, ahí está la meta.  Antes de pasar debajo del cartel vemos el reloj ese que nos señala nuestro tiempo de carrera.  ¿Una hora quince? ¿Una hora cinco?  Qué importa...  Nos detenemos pero sentimos que nuestras piernas quieren seguir corriendo.  Recuperamos las fuerzas en la pista y luego de unos minutos nos animamos a subir el graderío para salir del estadio, recoger la tradicional medalla de participación y buscarnos entre el gentío.  Todavía hay quienes se quieren tomar fotos con nosotros.  Los niños ilusionados, felices.  Adelante, tomémonos fotos pues.



Hemos compartido un poco más de una hora sintiéndonos parte de algo grande.  El último día del año, fuimos protagonistas de un sentimiento especial, el regocijo y alegría que esta carrera nos regala.  Riendo satisfechos, volvemos al parqueo, comentando anécdotas, compartiendo dolores musculares.  Ahora, de vuelta a casa.

Más tarde esa noche, luego de que cada uno se ha bañado y cambiado de ropa, el Año Nuevo nos encontrará con las piernas adoloridas y los músculos engarrotados.  Pero ante todo, con la alegría de haber pasado otra aventura juntos y ese sentimiento de haber vuelto a ser niños, por unas cuantas horas.  Renovados.

Misión cumplida, hasta el próximo año...  Feliz Año Nuevo!!

domingo, 19 de diciembre de 2010

El Norte

Hoy mis planes de paseo dominical fueron víctima de las particularidades de vivir en estas latitudes.  Amanecí con ánimo de salir a envolverme de naturaleza.  Había encontrado ayer en mi guía del Lonely Planet el pequeño Beaver Lake en el centro del Stanley Park, un área que no conozco del parque.  Me atraía caminar entre el bosque y encontrar alguna oportunidad de tomar fotos.  El clima se prestaba para ello, con un cielo que se despejó alrededor del medio día y aunque debido al viento la sensación térmica era de unos tres grados; el panorama pintaba muy bueno para la excursión urbana.

Después de un alegre convivio anoche con los amigos que he conocido en este año, amanecí un poco mas tarde que de costumbre por lo que previo al paseo hice ciertas compras en el super que se extendieron mas de lo que quería.  Volví a casa como a las tres, con la idea de almorzar en el Pizza Hut del sector, el cual conocí en mis primeros días por el vecindario -he tenido suficiente comida precongelada entre semana, así que necesitaba un cambio-.  O en todo caso, que fuera otro el que se encargara de descongelarla. 

Llegué al restaurante bajando por Renfrew Street hasta Grandview Highway, media hora después.  Ya para esa hora me sentía un tanto debilitado por el ayuno pero aún con los ánimos de visitar el laguito.  En el camino hablé por teléfono con una amiga, quien me recordó que a estas alturas del año, alrededor de las cuatro de la tarde comienza ya a oscurecer.  Así que un rápido cálculo considerando el tiempo en el restaurante, la abundancia del almuerzo y mis anodinas fuerzas dieron al traste con el paseo.

Mientras disfrutaba mi almuerzo caliente con una copa de vino -no se puede esperar mucho de una copa de vino en Pizza Hut, pero igual me ayudó a calentar el ánimo-; y mientras leía -por tercera vez, aunque la primera en inglés- cómo Rob Cole atravesaba el desierto en su viaje de dieciocho meses desde Inglaterra hasta llegar a Ispahán, la única ciudad en la que existía una escuela de medicina en el siglo X; contemplaba yo cómo la hermosa luna llena iba subiendo en el cielo Vancouverita.  Considerando que el almuerzo incluyó un café americano y brownie, la comida me dejó un espíritu tan satisfecho que lo único en que pensaba ya era en volver a casa.

Al salir del restaurante, en tanto el sol y la temperatura iban descendiendo, un familiar graznido me hizo volver la mirada al cielo.  Esta vez para ver la impresionante cantidad de cuervos que atraviesan la ciudad al atardecer.  Es una muestra palpable de lo inteligentes y adaptables que son estas aves; el desfile aéreo demora varios minutos mientras cientos de ellas vuelan hacia  el noreste, a pasar la noche en un destino hasta ahora desconocido para mí.  Estampas de mi vida en el norte.  De vivir en el norte.  El Norte...  Esas palabras me trajeron el recuerdo de otra experiencia vivida hace ya casi diecisiete años:

Recuerdo que me despertó el bamboleo hacia un lado y hacia el otro de mis piernas recogidas.  Deseé no haber despertado nunca.  El movimiento era bastante fuerte, tan fuerte que fue nomás bajar de la cama y sentir el vértigo y una increíble sensación de náusea.  Como pude, llegué al baño, ayudado por los agarradores que están fijados en la pared.   Luego de utilizar el inodoro, me metí a bañar con esa vasca revolviéndome el estómago vacío.  Mientras me duchaba y me pasaba el jabón por el cuerpo, el urgente deseo de vomitar me detuvo un par de veces, pero pude contenerme.

El barco llevaba ya unas doce horas de travesía.  Desde Puerto Cortés en Honduras, nos dirigíamos hacia Coatzacoalcos, Veracruz.  Bordearíamos la península de Yucatán, en un viaje que demoraría cuatro días, según recuerdo.  El problema es que viajábamos en medio de una tormenta con fuertes vientos que soplaban desde el norte, alzando las olas unos tres o cuatro metros y con ellas, el relativamente pequeño barco de carga de gas.  El Petromar 1.


El balanceo continuaba mientras me vestí, y así bamboleándome salí de mi cabina.  Como pude, apoyándome en las paredes, bajé hacia el nivel del comedor, donde ya estaban algunos de los oficiales esperando por el desayuno.  Fue ahí donde el capitán del barco, un español originario de Vigo, me hizo saber de la tormenta, a la cual ellos se referían como "El Norte".  Mientras los otros desayunaban -yo notaba las redecillas de un material antideslizante que cubrían las mesas, justamente para evitar derrames por el movimiento del barco- yo apenas pude beberme una taza de café con leche.  Luego de excusarme, subí apresurado de vuelta a mi cabina pues ahora sí tenía algo en el estómago que podía expulsar.

Me acosté en mi cama mientras tragaba y tragaba saliva para evitar el vómito.  La náusea no se me quitaba, sudaba frío y la cabeza me palpitaba en un malestar general que no sabía ni cómo iba a superar.  Después de un tiempo de intentar dormirme -que sentí demasiado largo- decidí seguir los consejos de los oficiales y subir al puente para acostumbrarme al movimiento del barco.  El puente es el lugar desde donde se dirige el barco, donde está el timón, los radares, la radio, los mapas de navegación y demás elementos relacionados.  Me senté en una silla elevada y mientras hablaba con Eric, el costarricense que era el tercer oficial de cubierta, notaba cómo la línea del horizonte subía y bajaba a lo largo del mástil de proa, mientras las gotitas de sudor perlaban mi frente.

Me encontraba en el Petromar 1 "conociendo los procesos de carga y descarga de gas", o algo así recuerdo que fue la sugerencia de mi papá.  El trabajaba en una empresa de gas propano y el dueño tenía algunos barcos de carga que despachaban el gas viajando entre EEUU, México, Guatemala y Honduras.  La idea era que estudiaría Ingeniería Industrial y la experiencia sería beneficiosa para mi futuro.  Así que habló con su jefe y accedió a darme la oportunidad del viaje.

Poco a poco, el malestar fue cediendo mientras mi oído interno y sentido del equilibrio se iban adaptando.  Debo decir que fue un Crash Course que todavía recuerdo como una prueba intensa y de la que reflexioné muy poco antes de comenzar la aventura.  -Me pasa así muchas veces.  Es mejor así, de lo contrario, me paralizaría la expectativa-. 

Tratando de distraerme de la tortura, le preguntaba a Eric acerca de su trabajo en el barco, de cómo funcionaba todo.  Me enteré que había tres turnos en el puente, el tercer oficial tenía el turno matutino, el segundo el vespertino y el capitán -o alguien mas, no me enteré- tomaba el nocturno.  Estaba también el personal de máquinas -los encargados de mantener funcionando el motor y la maquinaria-, también denominados primer o segundo oficial de máquinas, dependiendo de su experiencia.  Escuché también de las escuelas náuticas en latinoamérica, de las maniobras de atraque, o preguntaba cosas básicas como qué lado del barco es babor y cuál estribor (izquierda y derecha, respectivamente).  Confirmé también la fama de los marineros, en cada puerto una novia...

Conforme pasó el tiempo me acostumbré no sólo al movimiento del barco -que por cierto, luego de cambiar nuestro rumbo de sur-norte a oeste-este sobre el norte de Yucatán, cambió el movimiento de cabeceo proa-popa a babor-estribor- sino también me acostumbré a la rutina del barco.  Al principio, salía a contemplar el panorama, miraba el horizonte y como dice la canción: veía "donde el cielo se une con el mar".  Me ilusionaba apreciar un atardecer en el que el sol se posara directamente sobre la línea de horizonte, como en las películas.  No tuve esa suerte porque las nubes obstruían la visión cada tarde.

Después de un par de días, sin embargo, para un pasajero sin oficio, el viaje se vuelve tedioso.  Aunque pasamos frente a Cozumel, Cancún, etc; no se veía la costa.  Como me dijo Eric, "¿Usted qué quería, ver a las viejas tiradas en la playa?".  No había nada que contemplar -aparte de mar y cielo-, y la visión de un solitario cormorán una mañana o un par de juguetones delfines -a los que les gusta nadar justo al frente del barco- fueron las únicas distracciones de la rutina.  Terminé jugando Super Mario Bros. 3 en el Nintendo del comedor, mientras llegábamos al puerto.

Llegamos al puerto comercial de Pemex en Veracruz, presencié las maniobras de atraque y carga de gas, comí auténticos tacos mexicanos y paseé por la pequeña ciudad -nada que valiera la pena siendo un puerto comercial, no turístico-.  De todas maneras, compré algunos souvenirs, volveríamos a Santo Tomás de Castilla a los 3 días y ahí me bajaría, para tomar justo a tiempo la Litegua que me llevó de vuelta a casa.

Mi experiencia probaría ser muy valiosa y la disfruté y aproveché de una manera distinta -pues mis estudios de Ingeniería durarían apenas dos meses, no era lo mío-.  Además de aprender -y más importante aún, experimentar- acerca del mundo náutico y la vida de un marinero, para mí fue uno de mis primeros contactos con gente de otras culturas, otras formas de hablar, otros universos.  A mis diecinueve años, fue abrir mi mente al mundo que estaba ahí afuera.  Experimentarlo de forma directa y empezar a sentir esa necesidad, esa hambre por descubrir lo que había más allá de mi pequeño mundo, mi pequeña realidad.

Y mientras renuevo -y comparto- mi memoria, reparo en otra conexión más de mi universo personal.  De cómo ese viento que soplaba fuerte y me hizo sufrir como pocas veces, pudo haberme encaminado hacia mi destino actual -que espero, no sea el final-.  El Norte.

"Una barca en el puerto me espera,
no se donde me ha de llevar..."
- El Extranjero, Enrique Bunbury

jueves, 25 de noviembre de 2010

Huellas en la nieve

El día comenzó bastante normal.  Salí de la cama a las seis, leí las noticias -online- media hora mientras desayunaba, luego a la ducha, la rasurada y "cociné" mi almuerzo -lo que significa descongelarlo y ponerlo en el recipiente plástico-.

Durante el desayuno, se hace imperativo darle un vistazo al canal del clima para conocer las condiciones actuales (la última semana hemos fluctuado entre 3c y -10c) y conocer también la temperatura para las próximas doce horas -considerando también el regreso del trabajo-.  En este país hay que ser cuidadosos con esos detalles.

Desde ayer por la tarde, comencé a oír comentarios de la nevada que recibiríamos en la madrugada y durante el día de hoy.  Y otra vez me preocupé de no estar adecuadamente preparado para hacerle frente.  Pensé que bastaría con la compra de mi abrigo impermeable 3-en-1 con aislamiento térmico.  Pero resulta que: ¡No tenía botas de nieve!  Ni siquiera estaba seguro de lo que necesitaba comprar, así que a preguntar, escuchar opiniones, preguntar por posibles destinos de compra, descartar opiniones.

Después del trabajo y luego de recorrer la Canada Line del tren de extremo a extremo y visitar dos centros comerciales, por C$150.00 conseguí un par de botas de cuero impermeable, punta de hule, suela antideslizante y aislamiento.  Y unos diseños un tanto femeninos en la plantilla...  Sí, tuve que buscar entre las líneas de calzado de dama la menos femenina que encontrara.  El eterno problema de tener el pie pequeño, ni modo.  Por lo menos no son rosadas o con florecitas...

Decía que la rutina es casi la misma, pero las diferencias comienzan al salir de casa.  Hoy al salir a las 7:15 aún nevaba, así que además del ya acostumbrado ritual de ponerme el suéter, el abrigo encima, la gorra, los guantes y de amarrarme la bufanda al cuello...  hoy tocaba caminar en la nieve y probar las botas! 

Habrían caído ya unos 10 cm y conforme fui caminando hacia la estación del tren iba sintiéndome como en otra realidad.  Caminar mientras neva me ha regalado un sentimiento inesperado de tranquilidad y paz.  Todo estaba tan callado y blanco...  no sé si la nieve amortiguará el ruido pero es una sensación relajante.  Un regocijo interno me invadió mientras sonreía apreciando la experiencia.

Las botas hicieron su trabajo perfectamente, manteniéndome seco a temperaturas en las que era imperativo mantener el calor corporal.  Llegué a la estación del Skytrain unos 5 minutos antes de lo que generalmente lo hago -ya nos habían advertido que en clima extremo es mejor ser precavido- y justamente noté que había mas personas de lo normal esperando el tren.  Oh-oh...  Durante el invierno, la nieve afecta el funcionamiento del tren y hay empleados en cada estación monitoreándolo.  Aún así, éste demoraría unos seis minutos en llegar (el doble de lo normal).

Luego de los quince minutos de tren llegué a la 22nd Street, a 6 estaciones de distancia.  Es ahí donde abordo el bus 410 que me lleva a la oficina, atravesando antes el puente de Queensborough y pasando por un área de granjas que me recuerda los amplios sembradíos de la autopista en la costa sur de Guatemala, por lo extenso y plano del terreno.  Es en dicha estación que disfruto también de una vista muy bonita a uno de los brazos del río Fraser, propicia para apreciar esa área del Metro-Vancouver.  Y para reflexionar sobre mi reciente rutina diaria.

Resultó que al llegar a la estación, ni señas del bus.  Cuando menos aquí hacemos la fila -y lo más importante, la respetamos-, así que es cuestión de paciencia nada mas.  Cinco minutos...  La nevada comenzó a arreciar, se multiplicaban los copos que caían suspendidos sobre nuestras espaldas, paraguas, capuchas y pelo.  Diez minutos...  Tres buses de la línea 100 llegaron y se fueron y del condenado bus ni señas...  Ya me había comenzado a preocupar, pues es apenas mi tercera semana de trabajo y no quería llegar tarde. 

Finalmente, el bus llegó alrededor de quince minutos después del horario normal.  Todos a abordarlo y ya un tanto mas aliviado comenzamos el trayecto.  Mis esperanzas de llegar a tiempo se iban desvaneciendo conforme me iba dando cuenta de lo precavido -y lento- que hay que manejar bajo una tormenta (ligera) de nieve.  Por lo menos el bus tiene calefacción, así que se va cómodamente sentado leyendo el diario ese que te regalan en la estación, o escuchando el iPod, leyendo un libro o simplemente dormitando.

Llegué cinco minutos tarde, pero luego de la caminata -hundiendo cada vez más los pies en la nieve-, al llegar a la oficina y entrar a la sala de entrenamiento noté con satisfacción que el instructor todavía no había llegado.  De hecho, esperamos media hora más mientras compartíamos con los compañeros -especialmente los llegados a la ciudad en los últimos meses- nuestras respectivas anécdotas en la tormenta.  Desde los atrasos del transporte hasta las luchas de algunos por desatascar los carros del hielo o de sus patinazos en la carretera.  Hmmm, a lo mejor no esté tan ansioso de tener carro...

Luego de movernos hacia otra área del edificio, desde el escritorio donde me ubicaron contemplaba la tormenta que no paró en toda la mañana.  Así sería hasta alrededor del medio día, cuando decidieron que sería mejor para nuestra seguridad salir temprano de la oficina; por lo que salimos a las dos de la tarde.

En el camino de regreso volví a contemplar los árboles y la ruta toda cubierta de nieve.  Hasta que comencé a dormitar, efecto talvez del calorcito en el bus y la digestión.  Luego del transbordo al tren, iba apreciando maravillado -otra vez- la vista tan diferente de esta ciudad cubierta de nieve.  Los árboles en los parques, los techos, una persona paseando con su perro, el cementerio judío con sus lápidas cubiertas, el letrero de "Islam? Read Quram" en aquel techo que ahora no se ve por la cubierta nívea.

Caminé las cuatro cuadras que separan la estación de mi casa agradeciendo la persistencia de la borrasca.  Todo en silencio, ni siquiera un ligero viento.  El amable crujido de la nieve bajo mis pies, la sensación amortiguada al caminar, los copos descendiendo sutilmente, el vaho de mi respiración.  Y el silencio.

Y yo que me sentía intimidado por el frío, ahora estoy comenzando a disfrutarlo: un trueque entre la preocupación por estar bien abrigado por una sonrisa traviesa y juguetona.  Hasta me animé a hacer mi primera bola de nieve.  Me agaché, cogí un poco de nieve entre mis guantes, le di forma y consistencia -algo bastante fácil-.  La jugué y compacté por una cuadra, pero al final decidí tirarla al suelo.  No tenía a quién tirársela.  Ah, eso me hace falta...

Caminando bajo la nieve, sentí como si hubiese prestado la vida de alguien más, un cut-and-paste hacia otra realidad.  Como si fuera la secuencia de alguna película, no me creía que estuviera viviendo esto.  Caminando por calles que ahora son mi hogar, el vecindario que creía conocer ahora tan cambiado, tan blanco.  A esta hora se habían borrado ya las separaciones entre la acera y la calle, se habían borrado esas fronteras un poco como les pasó a las fronteras entre mi realidad y mis sueños... 

Mientras iba imprimiendo mis suelas en la nieve recién caída, sentía como que estaba volando.  O mas bien, como que caminaba entre nubes.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Pequeñas cosechas

Si alguien me hubiera dicho que antes de seis meses en Canadá, me estarían entrevistando para la radio, no le hubiera creído.  Claro, me gusta compartir mis proyectos, mis ideas, mis ilusiones.  Comentarlo con mis amigos y conocidos.  Qué otra prueba que este espacio. 

A lo mejor el oírme hablar de algún proyecto me va armando de seguridad para trabajar en ello; aparte que también puedo captar comentarios o ideas útiles.  O puede que simplemente me vaya sintiendo comprometido conforme mas personas se enteran.  Personalmente, prefiero pensar que es así como comienza a elevarse el nivel de esa energía positiva, energía mutua que me impulsa hacia adelante. 

- Conozco a alguien que tiene una columna en la radio, relacionada con la experiencia de nuevos imigrantes.  ¿Estás dispuesto a entrevistarte con él?
- Seguro, por qué no.-  Acababa de comentarle a Alzira, coordinadora de uno de los programas en que participo, que había conseguido el empleo por el que había aplicado el viernes anterior.

Al principio no estaba seguro de a qué me estaba metiendo, pero aún así ¿Por qué no?  Sobre todo que estaba exultante al haber alcanzado una meta que, sabía desde hace tiempo, no iba a ser tan fácil.  Pensé que lo principal entonces era tener la oportunidad de compartir, que otras personas en mi situación conozcan los recursos que hay aquí a nuestra disposición.  Que no pierdan la motivación en el proceso -se dice fácil, claro-.  En fin, si de algo le servía a alguien, ahí estaba mi historia.

Pero también me interesaba como una experiencia nueva.  Ser entrevistado en la radio.  Guau!  No todos los días se nos da la oportunidad y por supuesto, no iba a dejarla escapar.

Recibí la llamada la tarde en que me reuní con mi nueva amiga colombiana, a la que conocí en la entrevista de trabajo.  Ella llegó a la ciudad hace solo un par de semanas y por supuesto que le ofrecí ayuda, con mucho gusto.  Así como Carol y Andy lo hicieron conmigo.  La ley del karma, transmitir bondad, sentir que se está haciendo una pequeña diferencia en la vida de alguien.

Decía que me contactó Andrew, de la CBC local, la Canadian Broadcast Corporation.  Hmmm...  Francamente no le escuché muy bien, pero quedamos en coordinarnos mas tarde.  Al volver a casa, había recibido ya su mensaje.  Quedamos para el día siguiente.

Nos reunimos en una sala de Mosaic, una de las agencias de apoyo al imigrante.  Andrew es también un imigrante que vino de China hace unos 20 años, roza ahora los 60.  Tiene un segmento en la radio (Xin Yimin, Nuevo migrante) en el que comparte con la audiencia distintas historias de personas que han migrado a Canadá.  Lo primero que noté luego de saludarle fue la grabadora y el micrófono en sus manos.

Así que primero tuvimos una plática para explicarme el objetivo del programa, de la entrevista, y de conocer un poco de mi historia.  Resulta que tengo una "historia exitosa" que vale la pena contar, así que aparte de la oportunidad de compartir, definitivamente me resultó halagador.

Sobre todo, considerando los días que pasé durante la búsqueda de empleo.  Buscar empleo es difícil en cualquier parte.  Y lo es más aún, en otro país que apenas conoces.  Hay que abrirse camino con paciencia, tratando de conocer cada día mas las condiciones en las que se vive, dándose a conocer con cuanta gente se pueda, pues nadie lo conoce a uno.  Y la experiencia profesional muchas veces ni la toman en cuenta.

Complicado, angustiante, intimidante.  Zozobra, desasosiego, ansiedad.  Miedo.  Nadie quiere coleccionar palabras como esas.  Mejor ni oírlas...  Y sin embargo, muchas -o todas- describen algunos de mis días en los meses pasados.  Impotencia.  Confieso que ha sido un reto bastante duro.  Y que sentí miedo, mucho miedo.

Creo que esas son las sombras de la migración.  A pesar de que uno se trata de preparar, de manejar escenarios no tan positivos, escucha testimonios, etc.; uno la verdad espera que no vaya a ser ése su caso.  Y es que después de pasar por tanto requisito en la Embajada, que la licenciatura, que los años de experiencia, los idiomas, los fondos para emigrar, etc., la expectativa es otra.

Entonces, estoy consciente de lo difícil que resulta conseguir empleo aquí, sin la "experiencia canadiense", y así, estaba realmente agradecido con la oportunidad de poder ayudar.  Fue a su vez, una ocasión para reconocerme mi esfuerzo, premiarme un poco.

Así que al iniciar la entrevista, pude sentir las gotas de sudor que se comenzaron a acumular en mi frente por los nervios traicioneros.  Yo trataba de responder en el mejor inglés que pudiera (creo que me salió una extraña mezcla de acento canadiense-guatemalteco).  Conforme avanzamos sin embargo, me fui sintiendo cada vez mas tranquilo.  Recordé que el propósito era compartir y ayudar a otras personas en mi situación y eso me hizo sentir bien.

¿Cómo es el asunto?  Andrew me hacía preguntas, yo las respondía lo mejor que pudiera.  Luego paraba la grabadora, hablábamos un poco mas para encontrar nuevas ideas o para discutir del nuevo tema que trataríamos, y de vuelta a la entrevista.  Había preguntas que me pedía repitiera en la respuesta (-Ah, así van a editar las respuestas después- pensé).  Al final, todo el proceso demoró unos cuarenta minutos.

La entrevista se transmitió el miércoles pasado en la Early Edition de CBC Radio.  El segmento incluye la entrevista telefónica que Andrew le hizo a Tom, mi mentor en el programa de Workplace Connections, para hablar de nuestras tareas juntos y su incidencia en mi historia.  Me hubiera gustado escuchar a Sonia, mi host -amiga ahora- en el otro programa, el de Culture Connections. 

Y al final de cuentas, esos cuarenta minutos se redujeron a tres o cuatro respuestas.  Lo demás fue un diálogo entre el presentador y Andrew.  Así que ni los clásicos quince minutos de fama tuve.  Ni modo, así es el negocio en los medios.  Pero igual creo que ahí está lo que yo quería compartir.

Luego de ese viernes, el miércoles siguiente tuve la oportunidad para presentarle al diverso público de Culture Connections las particularidades de nuestra celebración del Día de los Santos, incluyendo los barriletes de Sumpango y Santiago, los jinetes borrachos de Todos Santos y hasta un buen fiambre, preparado por el amigo Tono.  Así que fue una semana de cosechar pequeños pero importantes triunfos.  Y sobre todo, de seguir compartiendo.  Los invito a escuchar la entrevista y sacar sus conclusiones:  CBC Radio - Early Edition (Xin Yimin)

lunes, 8 de noviembre de 2010

Recomenzando

El viernes fue mi último día de descanso.  Después de casi siete meses desde que dejé mi último trabajo en la "conchita", después de la despedida de mi familia, amigos y de mi país; del período de turista en Vancouver, el proceso de asimilación, de adaptación a tantas cosas nuevas y finalmente de iniciar la búsqueda formal de trabajo; llegó la hora de iniciar un nuevo ciclo...

Hoy vuelvo a la vida productiva, a la vida de empleado.  Otra vez, una compañía multinacional.  Otra vez, oportunidades de contactos interculturales -aunque siendo realistas eso se da en esta ciudad todos los días-.  Pero ante todo comenzar a ganar la famosa "experiencia Canadiense", la pared con que uno se topa al venir aquí.  Y de tener un ingreso.  Es angustiante ver mes a mes, semana a semana cómo tus ahorros se van consumiendo, irremediablemente, como los granos de arena de un reloj implacable.

Así que estoy obviamente emocionado.  Otra vez la rutina, el traslado al lugar de trabajo -serán 15 minutos en tren y otros 30 en bus-, la inducción, caras nuevas por todos lados, la jerarquía, los retos, las oportunidades.  Es importante poder poner "el pie en la puerta", como aquí se dice, para darse a conocer, mostrar las capacidades propias y estar atento a las puertas que puedan abrirse.

Y hacerlo en un ambiente distinto, en otro idioma, conocer otra cultura organizacional, las pequeñas diferencias para manejar esos famosos "soft skills", etc.  Me siento como imagino, estaría aquel niño de siete años, recién bañado, bien peinadito, con su camisa cuadriculada azul y blanco de la Chavarría, la escuelita del barrio, con su lonchera metálica de Los Muppets y con mucha emoción de conocer un mundo nuevo.  Esa sensación inigualable de novedad.

¿Qué he aprendido en el camino?  Mucho.  Ha sido un ejercicio de aprendizaje constante.  Principalmente, que había que salir del apartamento, participar en la sociedad, integrarse.  Es difícil.  Claro, uno se siente seguro y cómodo en su casa, viendo tele, en el internet, leyendo.  En su zona de comfort.  Así que había que esforzarse en dar ese primer paso.  ¿De qué otra forma iba a conocer el lugar, las condiciones locales, el mercado laboral, la gente?  Fue así como comenzó a moverse la rueda de mi vida canadiense.

Y así, buscando oportunidades, terminé participando en un programa de manejo de transiciones (3 semanas), uno de integración cultural para newcomers (3 meses, una vez por semana), el programa de búsqueda de empleo (2 semanas), el de mentorship (otra vez, 3 meses una vez por semana), aseguré ciertos fondos para certificaciones, asistí a 3 o 4 ferias de empleo (no fueron de mucho beneficio), y ya estaba registrado para participar en una empresa de "prácticas".  Aparte, era un visitante constante en la Biblioteca Pública, leyendo libros relacionados con el tema, consiguiendo direcciones y referencias de empresas locales, etc.

Otro aspecto valioso, aparte claro de lo aprendido, ha sido conocer a tanta gente.  A través de esas actividades he conocido tanta gente de orígenes tan disímiles.  Chapines, Mexicanos, Colombianos, Argentinos, Brasileños, Japoneses, Chinos, Coreanos, Filipinos, Indios, Franceses, Rumanos, Rusos, Marroquies, Persas.  Gente de todos los colores.  Un fascinante viaje cultural sin dejar la ciudad.  Y compartir con todos ellos lo que voy aprendiendo.  Poder sentirse útil ayudando a otros con lo que tenía, el conocimiento.

Ahora que veo atrás, me doy cuenta que ha sido todo un proceso, en donde he aprendido mucho acerca de la ciudad, del mercado laboral, del mundo y sobretodo, acerca de mí mismo.  Así que a caminar de nuevo, a recomenzar la vida.  Y soy consciente de que apenas es el principio.  Eso es lo mejor...

domingo, 17 de octubre de 2010

Conexiones

Ultimamente he estado bastante desconectado del blog.  Creo que se debe al momento de introspección e incertidumbre por el que estoy pasando (naturalmente) en relación al proceso de búsqueda de trabajo.  Talvez de los últimos pasos trascendentes para sentirme totalmente "colocado" aquí, en el que he ido padeciendo una lucha constante entre nuevas formas de pensar y hacer y mis paradigmas y "comodidades".  Nada de que preocuparse: ya voy encaminado en el proceso.

Mientras tanto, continuando con la idea de compartir en este espacio -que es lo principal-, en estos días he leído de la documental de Banksy (famoso grafitero) que se estrenará a nivel mundial.  Me gusta el trabajo del cuate (aunque por ahí especulan que a lo mejor sea un colectivo y no una persona) porque en mi opinión sabe manejar muy bien una expresión de fina (y a veces cruda) ironía por medio de imágenes.  Para los que estén interesados, vale la pena visitar su website: http://www.banksy.co.uk/

Cuando leí del documental recordé también un poema de Cesare Pavese que compartí con los amigos de un curso de Sábato hace un año, en el que me pareció oportuno pegar uno de los grafiti de Banksy en la hoja que les dí.  La referencia al poema lo habré leído en ElPeriódico y me recuerda a una amiga cuyos ojos verdes -siempre he tenido debilidad por los ojos claros- me tenían hechizado hace unos cuatro años.  El tiempo vuela...

Conexiones tan casuales que me hacen recordar lo que decía otra amiga:  Las casualidades no existen. 

Pido disculpas porque como dicen aquí, hoy "my mind is all over the place", lo que ilustra bastante bien a lo que voy: a pesar de estar "desconectado" del blog, sí que he estado "conectado" con el tejido telaráñico de mi existencia.  Estoy seguro que a todos nos ha pasado:  pensamos en algo o soñamos con algo y luego sucede.  No me refiero al sentimiento de deja-vu, cuando algo nos "parece" ya visto.  Me refiero a tener la certeza de haber pensado en eso anteriormente.

Debe ser una de las ventajas de la mente desocupada: al parecer logra conectarnos con otros estadíos de la existencia.  ¿Evidencias?  Bueno, si tengo algunas.  Otra vez, la desocupación me ha ayudado a registrarlas, cuándo no, en una hojita de Excel.  Metódicamente.  Al momento, llevo veinte registros durante el último mes.  Cosas sencillas, claro; como pensar en alguien y ser contactado por esa persona al día siguiente, o enterarse de algo que le ha sucedido.  O recordar una canción y ver algo relacionado después.  Cosas así.

Medio en broma, le preguntaba a un amigo si habrá alguna forma de hacer dinero con esas conexiones.  Valdría la pena averiguar...  Pero ya en serio, me pregunto si habrá alguna forma de potenciarlas.  ¿Alguien conoce alguna?  Porque se comienza a tener una idea más tangible de la interrelación de todas las cosas, en grados que no siempre estamos conscientes de apreciar.  De las muchas puertas que nos conectan al universo, a nosotros mismos y con cada persona.  Una sensación de comunión, pues.

Bueno, basta de esoterismos por hoy.  Para lo que valga y con quien sea que conectemos, aquí abrimos una puerta mas:


Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.

Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, amada esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.

-Cesare Pavese

 - Banksy

domingo, 26 de septiembre de 2010

Caminando hacia el río

En medio de la noche, sueño que voy caminando.  Descendiendo desde las montañas de la fe hasta llegar al profundo río.  Debo estar buscando algo, es algo sagrado que perdí.  Pero el río es tan ancho y difícil de atravesar...

Y aunque se que el río es ancho, yo camino cada noche y me detengo a sus orillas; intentando llegar al otro lado para así encontrar lo que he estado buscando.

En medio de la noche, voy caminando dormido a través del valle del miedo hacia el río más profundo.
He estado buscando algo que me fue quitado del alma.  Algo que yo jamás perdería, algo que alguien me robó.

Y no se por qué camino siempre de noche, pero ahora estoy cansado y no quiero caminar mas.  Sólo espero que no me tome el resto de mi vida el encontrar lo que he estado buscando.

En medio de la noche voy caminando dormido, a través de la jungla de la duda hacia el río tan profundo.  Se que estoy buscando algo, algo tan indefinido; que solo puede ser visto por los ojos de los ciegos, en medio de la noche...

No se si habrá una vida después de esta, Dios sabe que nunca he sido un hombre espiritual; bautizado por el fuego, me meto en el río que corre hacia la tierra prometida.

En medio de la noche sueño que voy caminando a través del desierto de la verdad hasta llegar al profundo río.  Todos terminamos en el mar, y todos comenzamos en los arroyos; todos somos llevados por el río de los sueños, en medio de la noche...

Traducción libre de esta excelente canción de Billy Joel a la que sólo agregaría: Y cada paso que doy, me acerca más a mi destino...  C'est la vie.

I must be looking for something, something so undefined,
that it can only be seen by the eyes of the blind
in the middle of the night.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Energía química

Hoy por la mañana asistí a la reunión introductoria para un programa de búsqueda de empleo.  Con el tiempo va uno conociendo cómo se maneja la cosa aquí; y creo que ya comenté que es bastante metódica (se contacta a la institución que da el programa, se asiste a la sesión introductoria, se aplica, hay que esperar un tiempo y luego -finalmente- se comienza).  A veces puede resultar un tanto desgastante pero ni modo, hay que acoplarse.

Había ido por mi cuenta el lunes para recopilar mas información pues estaba evaluando un programa similar con otra institución.  Las diferencias, en mi opinión, son que uno está más orientado a nuevos imigrantes y con metodología más abierta -nueve talleres programados cada dos o tres días por la mañana y/o tarde- mientras que el otro se enfoca en trabajadores profesionales o del área tecnológica y la programación es dos semanas de asistencia de 9 a 12.

Después de cavilar un poco más de lo necesario me decidí por éste último; entiendo que es muy importante el hacer los contactos -networking- para conseguir un trabajo en el área de interés: de acuerdo con estadísticas menos del 10% de los empleos se consiguen online.  O sea, hay que salir de la famosa zona cómoda y tirarse al agua empleando otras técnicas (llamadas, socialización, etc.).

Pero decía que ya conocía el lugar, ubicado en New Westminster (una de las ciudades que integra el "Metro Vancouver").  No se exactamente que habrá sido pero el lunes, al salir del mall donde están sus oficinas y ver alrededor sentí una atmósfera diferente que se me hizo agradable.  Me dió una gran sensación de bienestar.  Un flashback a la única tarde que estuve y caminé por las calles de Lugano en Suiza durante aquel tour europeo.  A lo mejor fue el clima un tanto frío, o la mezcla entre edificios, residencias, naturaleza y la cercanía del río Fraser o talvez los colores y atmósfera iniciales del otoño. 

En fin, me sentí bien ahí y decidí que hoy valdría la pena dar una vuelta por los alrededores.  Ultimamente he perdido el espíritu de novedad y turismo, así que no era mala la idea para reconectarme con ese sentir.  Caminé por toda la 6a calle hacia el sur por aproximadamente diez cuadras hasta llegar a la orilla del río.  Entré a un pequeño museo y -entre otras cosas- me enteré de un muchacho que en dos ocasiones en 1995 y 2000 nadó durante casi un mes por el Fraser para concientizar acerca de su protección.  El cuate se llama Fin Donnelly.  No pude dejar de notar lo apropiado de su nombre para la hazaña, considerando que fin significa "aleta".

Al salir me tomé un café y un cubilete en un kioskito, entretenido viendo cómo se me aproximaban casi dos docenas de pájaros -entre palomas y otras avecillas- esperando que les compartiera algunas migas.  Y lo hacían de forma tan descarada que una de ellas llegó a pararse en el extremo contrario de mi mesa, muy cerca.  Con razón algunas de ellas rozaban ya la obesidad.  Después se peleaban por los restos de cubilete en el papel que puse en el suelo para ver su reacción.  Caminé por la orilla del muelle -el lugar estaba vacío así que se prestaba para la reflexión- y luego de un tiempo de ver pasar los remolcadores por el río decidí volver a casa.  Al llegar a la estación del tren y ver hacia arriba, recordé lo que leí hace unos años.

New Westminster es una zona que me llamó la atención desde el primer sábado que pasé por ahí, en camino al downtown.  Cerca de la estación del Skytrain hay dos o tres torres de apartamentos -Plaza 88- de unos 35 pisos quizás, que a mí me parecieron como inmensos panales de abeja; y desde que los vi los asocié con las secuencia de las torres de humanos anestesiados, conectados todos y generando energía para alimentar al sistema que se ven en The Matrix.  Y pienso que la analogía no es nada lejana.  ¿Qué es, en fin, una torre de apartamentos sino un conjunto de pequeños receptáculos donde se almacena energía?

Si, esa energía que irradiamos cada día, indispensable para nuestro trabajo.  Somos básicamente máquinas transformando nuestra materia prima -la comida- en calor, en fuerza física, en capacidad intelectual.  Y pienso en esto mientras voy sentado en el tren, el medio para transportar esa energía a nuestros respectivos cubículos, escritorios o puestos de trabajo donde nuestra función será generar plusvalía.  Generar servicios, bienes y productos que luego nos tocará consumir para eternizar el ciclo.  ¿Qué somos, sino pequeñas unidades calóricas hábilmente insertadas en un sistema para mantenerlo funcionando?

Ahí es donde la cosa se pone tenebrosa.  ¿Somos conscientes de ello?  ¿Hasta qué extremo somos empujados a mantener esa carrera sin fin, como en la ruedita del hamster, que no nos llevará a ningún lado?  ¿Hasta qué punto nuestra vida se basa en aspiraciones que ni siquiera son nuestras? Aspiraciones y deseos que nos han sido implantados; sueños inventados, ajenos.

Y mientras el tren continúa su marcha, y paso ahora por Patterson, donde se ven otros edificios-colmena; sonrío al darme cuenta lo peligrosa que puede ser una mente desocupada.  Y me río de mi propia contradicción pues reflexiono sobre esto mientras, ansioso, aplico para "reconectarme" al mundo laboral, al sistema...  Pero por hoy, no quiero pensar en mis excusas o mis razones.  Solo que ahora entiendo por qué no me gustan los edificios de apartamentos y que -aunque nunca se sabe- espero no me toque vivir en uno.

Llegamos a mi estación y camino bajo un cielo gris pero con la mente un poco mas clara.  Creo que ahora sería el momento de elevar una plegaria, tomar un Prozac, salir a correr o terminarme el Napolitano que me aguarda en el freezer.   O de escribir este post: la magia de la creación como escape a la rutina gris y la sensación de impotencia.  Adormecer otra vez las neuronas con un torrente de endorfinas.  Aaaah...  las delicias de la química.

viernes, 3 de septiembre de 2010

El Rey del Mambo

Hace ya algunos días visité (con mucho gusto, por cierto) la Librería "Cervantes", el anuncio que encontré online: "PRIMERA LIBRERIA HISPANA DE VANCOUVER/Celebracion de Reapertura" era demasiado bueno para dejar pasar la oportunidad.  Al fin encontré una opción para husmear títulos en mi lengua materna.

Durante mi visita conversé con don Enrique, el amable dueño del negocio.  Don Enrique es originario de El Salvador y tiene estudios en filosofía, da clases en la iglesia Anglicana y por lo visto, le tiene amor a los libros.  Aunque con alguna inquietud le oí decir que ampliaría el área de libros en inglés, debo reconocer que él mismo es una especie de Quijote, montado en la aventura de vender libros en Español.  Espero que le vaya muy bien. 

Le compré dos libros, El Señor Presidente (que nunca leí durante la secundaria, el peso de la obligación le quitaba el gusto) y una novela que se llama "La Pasión Turca", que me llamó la atención desde la portada con la media luna y la estrella, que me recordó mi visita a Estambul. 

Al salir de la librería camino a mi casa encontré un parquecito (Glen Park) con varios árboles que me invitaron a sentarme bajo su sombra, sacar la novela de la mochila y comenzar la lectura.  Instantáneamente el nombre "Yamam" me transportó a mi experiencia en Turquía.  Con una gran sonrisa...

Era la tarde del segundo viernes que pasaba en la ciudad y con mi anfitriona K. nos habíamos reunido con dos o tres de sus amigos, -ninguno de los cuales hablaba inglés- en Taksim, distrito turístico y de ocio famoso por sus tiendas, restaurantes y bares y considerado el corazón de la moderna Estambul.

Debido a que no tenía mucho de qué hablar, pues no entendía nada de turco; me pasé el tiempo aprendiendo a agarrarle el gusto al Rakı (se pronuncia "Raku"), bebida nacional con un característico sabor a anís que se diluye en agua y se toma en shots, acompañados de melón y queso blanco, alternativamente.  Yo diría que fue con el Rakı que entendí claramente la expresión "gusto adquirido".  Já! Pues la verdad es que hay que irse acostumbrando a su extraño sabor poco a poco...

Ahora que recuerdo, en el vuelo de vuelta en Turkish Airlines compré una botella de Rakı y al poco tiempo de regresar nos juntamos con los cuates de la U.  Compramos el melón, el queso e intenté que disfrutaran del licor.  Mala idea.  Creo que esa botella todavía ha de andar por ahí, entre la "herencia" que le dejé a mi prima.

Pues mientras bebíamos el Rakı (de marca Yeni Rakı, "Nuevo Rakı") comimos otras boquitas locales de las cuales a estas alturas ya no me acuerdo en detalle.  Permanecimos ahí por varias horas, hasta que nos movimos a una disco.  Yo la verdad ya estaba "algo mareadito" -no había tenido otra cosa que hacer- y no sabía qué esperar del tipo de música en una disco de Estambul, así que me sentía un poco nervioso. 

La disco era un local mediano, con mesas redondas y sillas tipo bar, de esas altas.  Al fondo estaba la pista de baile.  Estaban tocando música en inglés y mientras nos acomodábamos en la mesa, pedimos cerveza.  Al poco tiempo, el amigo de K. se despidió, dejándome solo con ella y su amiga F. (Oh oh...). 

Después de darle unos sorbos a mi botella, pusieron "La isla bonita".  K. comenzó a bambolearse en su silla, sonriendo mientras yo adivinaba sus intenciones así que cuando me dí cuenta, ya me había jalado a bailar entre las mesas.  Debe haber sido un poco el efecto del Rakı y otro poco el orgullo, pero no iba a dejar mal parado el "sabor" latino; así que con alguna soltura nos movíamos juntos, le tomaba las manos para hacerla girar, la mecía entre mis brazos, todo al cadencioso ritmo de Madonna.

Sentía la mirada de la gente de otras mesas pero la verdad me importó poco, qué efecto tan liberador ese de no conocer a nadie.  Al terminar la canción, K. me agradeció dándome un beso en la mejilla mientras sonreía.  Yo ya me sentía mas suelto y al poco tiempo comenzaron a poner mas canciones para bailar.  Quienes me han visto hacerlo saben que no tengo casi nada de entendimiento de la "técnica" del asunto; de vez en cuando pierdo el paso y solo me se como 4 movimientos distintos...  pero a cambio de eso, dejo el alma en la pista.

Así que saqué a bailar a F. (con la que de verdad maniobrábamos mejor por el asunto de la estatura) y a las dos o tres canciones éramos los dueños de la disco.  Y cuando sonó "Ya tu sabes" con El General y C&C Music Factory, pues -ya tú sabes-, yo ya tenía todas las luces prendidas.  Ibamos y veníamos, nos juntábamos y separábamos, F. giraba, luego yo y recuerdo que en algún momento la gente fue haciendo un círculo a nuestro alrededor. 

Era lo máximo, esa noche a mí ni John Travolta me ganaba...  Me veía como el protagonista de una menos que probable historia para mí, algo que ni siquiera había pasado alguna vez por mi mente.  Siendo realistas, definitivamente jugó en mi favor lo mucho más "tiesos" que son los ciudadanos de esas latitudes.  Pero igual, esa noche todo fue maravilloso, magnífico:  por esa noche, en la milenaria ciudad de Constantinopla, a miles de kilómetros de mi tierra, me tocó ser a mí, contra todo pronóstico: "El Rey del Mambo"...

Volvimos ya tarde al departamento de K. y al otro día ella se iba a visitar a su familia a Malatya, su tierra natal.  Esto porque corría la festividad del Bayram, la fiesta que se celebra  al finalizar el Ramadan, mes de ayuno musulmán.  Así que cuando amanecí, con mi primera -y única- medio goma de Rakı y todavía un poco mareado; el apartamento estaba vacío. 

Reí al recordar la noche anterior y con un poco de aprensión comencé a prepararme para mi siguiente aventura cultural: un baño con esponja que recibiría de un tal Haziz en un Hamam...   pero eso es materia para otro post.

Esta foto no es mía, 
sólo es para fines ilustrativos...

martes, 31 de agosto de 2010

El Hormiguero

Estoy acostado en la cama, la luz apagada.  Comienzo a sentir que algo me camina en el brazo.  Lo busco pero no veo nada.  Enciendo la lámpara y descubro que es sólo una hormiga.  Pero miro con atención y me doy cuenta que se está multiplicando: ya no es una, ahora son cien.  Y siguen multiplicándose, ahora son mil, cien mil, millones!   ¡Estoy cubierto de hormigas..!  Siento erizarme, siento un escalofrío mientras los millones de patas caminan sobre mi cuerpo, atravesándome.

Pero no es que esté cubierto de hormigas.  No.  Es mi cuerpo, ¡Me estoy transformando en un hormiguero!  Mi humanidad se disuelve mientras mi cuerpo/hormiguero se esparce, baja de la cama.  Lentamente la sombra negra se dirige hacia la sala, camina en la alfombra hacia la ventana.  Trepa la blanca pared y comienza a salir de la casa.  Se puede sentir la vibración, oír el crujido, el murmullo de miles de patas caminando al mismo tiempo.  Se mueve como una gran mancha, en dirección a la calle.

Al alcanzar el asfalto, ya no son hormigas, ya no soy un hormiguero.  Me he vuelto a transformar, ahora en miles de partículas que vuelan con el viento.  ¿Seré polen, seré polvo?  Sí, ahora vuelan hacia todos lados.  Me pego, me voy con la gente.  Con el gordo de barba blanca que me preguntó algo en la parada del bus aquel día.  Con la chinita a la que le expliqué como llegar a la biblioteca.  Con la muchacha que ví camino al super.  Con la latina que me atiende en inglés en el McDonalds.

Voy con todos, me he comenzado a expandir exponencialmente.  Estoy en todos lados...   Soy todos, estoy con todos.  Soy mis gestos, soy mis palabras.   Soy algo que me conecta con cada persona que he encontrado.  ¡Soy un mensaje! 

Y ahora necesito expandirme más, me invade una necesidad imperiosa de extenderme.  Debo encontrar otra forma mas rápida.  Volverme eléctrico, electrónico.  ¿Talvez de luz?  Debo encontrar la forma de expandirme lo más rápido posible, para llegar a donde están todos.  Volar por la ciudad, sortear las casas, los barrios, los edificios, montañas, ríos y mares.

Ya se, me transformaré en una idea, en un pensamiento.  Acércate, escucha con atención: ya estoy ahi, ¿Acaso no oyes mi voz? Justo ahí, en tu cabeza...  Lo logré.


Para ustedes que me honran con su visita; gracias por dedicarme unos minutos de su tiempo muchá.  Y ya saben que sus comentarios son siempre bienvenidos, de lo que sea, lo que les guste o lo que no.  Me encanta saber de ustedes.

Y aprovecho para compartirles mi nuevo blog en inglés (http://thewhiteotter.blogspot.com/), inicialmente traducciones de Pata de Chucho (vieran que no es tan fácil...  jajaja).  Ya después a lo mejor tengan distintos contenidos.  A construir mas puentes electrónicos y mas abrazos virtuales pues...

jueves, 26 de agosto de 2010

El cachorro asesinado

Hace un mes encontré en la biblioteca un libro que no se si se podrá encontrar en Guatemala.  Lo leí interesado en conocer mejor las interioridades de la aventura de este personaje en otra parte del mundo y su determinación por cambiar su realidad.

Pero también lo hice recordando a la mujer más fuerte que he conocido en mi vida.  Alguien en cuya estatura, como escribí alguna vez, no cabrían dos vuelos de colibrí.  Pero alguien con una fortaleza sin límites que le permitió criar siete buenos hijos.  Pero eso será material para otro post.  O talvez no.

El caso es que a mi mamá le encantan las lecturas del tiempo de la guerrilla.  En cada Feria del Libro, siempre andábamos pendientes de encontrarle algo de "El Gallo Giro", Yon Sosa, el Comandante Cero, Los Compañeros; todos forman parte de su imaginario personal y su transcurrir por este mundo.  Medio en serio medio en broma, alguna vez comentamos que hubiese sido feliz viendo a alguno de nosotros -o quizás ella misma- "agarrar pa'l monte" a luchar por nuestros ideales. Nostalgias de tiempos distintos, donde había otras formas de ver el mundo, otras posibilidades.  Un tiempo donde los ideales no tenían precio, ni apestaban a ONG, corruptela o tráfico de influencias.

Aquí comparto entonces, de forma literal, un capítulo que me pareció pinta de manera muy humana -con todas nuestras contradicciones-, al personaje en cuestión y las circunstancias de la guerra en la montaña.

"Camilo había salido apresuradamente con unos doce hombres, parte de su vanguardia, y ese escaso número debía repartirse en tres lugares diferentes para detener una columna de ciento y pico de soldados.  La  misión mía era caer por las espaldas de Sánchez Mosquera y cercarlo.  Nuestro afán fundamental era el cerco, por eso seguíamos con mucha paciencia y distancia las tribulaciones de los bohíos que ardían entre las llamas de la retaguardia enemiga; estábamos lejos, pero se oían los gritos de los guardias.  No sabíamos cuántos de ellos habría en total.  Nuestra columna iba caminando dificultuosamente por las laderas, mientras en lo hondo del estrecho valle avanzaba el enemigo.

Todo hubiera estado perfecto si no hubiera sido por la nueva mascota: era un pequeño perrito de caza, de pocas semanas de nacido.  A pesar de las reiteradas veces en que Félix lo conminó a volver a nuestro centro de operaciones -una casa donde quedaban los cocineros-, el cachorro siguió detrás de la columna.  En esa zona de la Sierra Maestra, cruzar por las laderas resulta sumamente dificultuoso por la falta de senderos.  Pasamos una difícil "pelúa", un lugar donde los viejos árboles de la "tumba" -árboles muertos- estaban tapados por la nueva vegetación que había crecido y el paso se hacía sumamente trabajoso; saltábamos entre troncos y matorrales tratando de no perder el contacto con nuestros huéspedes.

La pequeña columna marchaba con el silencio de estos casos, sin que apenas una rama rota quebrara el murmullo habitual del monte; éste se turbó de pronto por los ladridos desconsolados y nerviosos del perrito.  Se había quedado atrás y ladraba desesperadamente llamando a sus amos para que lo ayudaran en el difícil trance.  Alguien pasó al animalito y otra vez seguimos; pero cuando estábamos descansando en lo hondo de un arroyo con un vigía atisbando los movimientos de la hueste enemiga, volvió el perro a lanzar sus histéricos aullidos; ya no se conformaba con llamar, tenía miedo de que lo dejaran y ladraba desesperadamente.

Recuerdo mi orden tajante: "Félix, ese perro no da un aullido más, tú te encargarás de hacerlo.  Ahórcalo.  No puede volver a ladrar."  Félix me miró con unos ojos que no decían nada.  Entre toda la tropa extenuada, como haciendo el centro del círculo, estaban él y el perrito.  Con toda lentitud sacó una soga, la ciñó al cuello del animalito y empezó a apretarlo. 

Los cariñosos movimientos de su cola se volvieron convulsos de pronto, para ir poco a poco extinguiéndose al compás de un quejido muy fijo que podía burlar el círculo atenazante de la garganta.  No sé cuánto tiempo fue, pero a todos nos pareció muy largo el lapso pasado hasta el fin.  El cachorro, tras un último movimiento nervioso, dejó de debatirse.  Quedó allí, esmirriado, doblada su cabecita sobre las ramas del monte.

Seguimos la marcha sin comentar siquiera el incidente.  La tropa de Sánchez Mosquera nos había tomado alguna delantera y poco después se oían unos tiros; rápidamente bajamos la ladera, buscando entre las dificultades del terreno el mejor camino para llegar a la retaguardia; sabíamos que Camilo había actuado.

(...)

Había habido lucha y una muerte.  El muerto era de ellos, pero no sabíamos nada más.

Volvimos desalentados, lentamente.  Dos exploraciones mostraban un gran rastro de pasos, para ambos lados del firme de la Maestra, pero nada más.  Se hizo lento el regreso, ya por el camino del valle.

Llegamos por la noche a una casa, también vacía; era el casería de Mar verde, y allí pudimos descansar.  Pronto cocinaron un puerco y algunas yucas y al rato estaba la comida.  Alguien cantaba una tonada con una guitarra, pues las casas campesinas se abandonaban de pronto con todos sus enseres dentro.

No se si sería sentimental la tonada, o si fue la noche, o el cansancio...  Lo cierto es que Félix que comía sentado en el suelo, dejó un hueso.  Un perro de la casa vino mansamente y lo cogió.  Félix le puso la mano en la cabeza, el perro lo miró; Félix lo miró a su vez y nos cruzamos algo así como una mirada culpable.  Quedamos repentinamente en silencio.  Entre nosotros hubo una conmoción imperceptible.  Junto a todos, con su mirada mansa, picaresca con algo de reproche, aunque observándonos a través de otro perro, estaba el cachorro asesinado."

Pasajes de la Guerra Revolucionaria
Ernesto Che Guevara

A saber si sería este.

jueves, 19 de agosto de 2010

El Artefacto

Es el año 2021, un niño del futuro se aventura a salir de su vecindario.  Hay un sitio baldío que siempre le ha llamado la atención conocer (niño, al fin y al cabo) pero no se había animado a hacerlo.  Prefiere pasar el día conectado, a través de sus videojuegos, con sus amigos que viven del otro lado de la ciudad.  Mil y un batallas y aventuras virtuales.

Sus padres le han advertido que nunca vaya allí, que puede ser un lugar peligroso.  Como la mayoría de adultos, le han infundido miedo para ahorrarle sustos.  Con ésto en mente, el niño camina temeroso, adivinando en cualquier ruido una amenaza latente...  escondida.

Al llegar a los linderos de su vecindario, siente el deseo de abandonar su expedición, salir corriendo de vuelta a la seguridad de su hogar.  Pero no lo hace; hoy está decidido a encontrar qué hay allí.  Conforme se acerca, percibe olores extraños y penetrantes.  Olor a descomposición, a plástico asoleado, a hule.  Hay agua estancada y mucho polvo entre los promontorios de cosas abandonadas que descubre.  Llantas, aparatos de metal de todo tipo, plásticos.  Todo amontonado, apilado en un espacio polvoriento y viejo.

Con curiosidad comienza a internarse en el basurero.  Formas, colores y figuras nunca antes vistas.  Maravillas ante sus ojos.  Toda una aventura.  Repentinamente, se topa con algo que llama su atención.  Debajo de un pequeño promontorio, protegido del sol, hay algo...  Es de color rojo, un rojo bastante llamativo a pesar del polvo que lo ha cubierto.  Se inclina, extiende el brazo y tira de él.  Nada.  Tira más fuerte y logra sacarlo.  Ahora lo tiene entre sus manos.

El niño se pregunta que podrá ser este artilugio.  Nunca había visto algo similar y ninguno de sus amigos tiene uno (o por lo menos no se lo han enseñado a traveés de su pantalla).  Con extrañeza lo levanta, tratando de entender.  Su superficie es áspera y la sensación al tacto es un tanto amortiguada, suave.  Fascinante.  Escritas en letra pequeña, encuentra una serie de instrucciones:

"Éste producto no responderá a comandos de voz ni teclado, no es compatible con ningún juego de video ni tiene sistema GPS incorporado."

¡Es un juguete!  Pero un poco extraño...  No tiene ningún puerto o entrada para conectarlo online.  Tampoco aparenta tener baterías o conexión eléctrica.  Ni siquiera tiene una clasificación de uso (infantil, adolescentes).  Muy extraño, de hecho.  Sigue leyendo...

"Interacción física necesaria.  El juego no puede pausarse una vez está en movimiento.  Se requiere presencia física para modo multi-jugador."


Ya un poco hastiado, el muchacho regresa el juguete al lugar donde lo encontró.  ¿Quién quiere jugar con algo que no puede pausarse?  ¿Algo que necesita presencia física para modo multi-jugador?  Y peor en estos tiempos, cuando hay tan pocos niños en la ciudad...  Justo en ese momento, la alarma de la agenda portátil en su muñeca suena, recordándole que necesita la siguiente dosis de protección solar.  Por lo del melanoma, tan común y curable en estos tiempos pero una verdadera molestia en caso necesite un re-cultivo de piel, sin mencionar el precio del tratamiento.

Vaya aventura la de hoy, qué decepción...  Mucho polvo, calor y sólo encontró un juguete inútil.  Mientras corre de vuelta a casa, desencantado, el aparato rueda fuera del promontorio dejando leer la marca, en letras mayúsculas:

PELOTA®

miércoles, 11 de agosto de 2010

Paraísos personales

-Pónganse cómodos en sus asientos, lo más cómodos que puedan...

Muevo el trasero, jalo las piernas, enderezo la espalda. No, estoy muy rígido. Me hundo en la silla y de forma muy consciente, evito entrelazar los dedos o cruzar los brazos, lo cual cerraría mi espacio emocional. Así está mejor.

-Ahora respiren, inhalen profundamente. Exhalen. Otra vez...

Cierro los ojos, trato de concentrarme, de enfocarme. Mi cabeza comienza a dar vueltas. Bueno, a lo mejor no me da vueltas, pero seguro se mueve.

-Piensen en un lugar que les guste, un lugar en el que se sientan cómodos, donde prefieran estar...

¿Qué lugar puede ser ese? A ver. Me voy a la derecha de mi mente, hacia el noreste otra vez. Ahi está. Estoy en un lugar a orillas de un lago (no falla). ¿Debería estar lloviendo, para sentirme protegido en el zaguán? No. Es un día sin lluvia.

¿Qué estoy haciendo? Escribo, en un cuaderno. Algo que no hago casi nunca. ¿Con quién estoy? Con ella. Ella está conmigo. Lo malo es que "ella" es una imagen borrosa, ¿Será acaso porque no la conozco? ¿Porque no se quien es? Pero sí, es un lugar fuera de la ciudad, naturaleza alrededor, calmado, soleado y tibio. Un lago limpio, cristalino.

-Sientan que están disfrutándolo mucho, que no hay preocupaciones, un lugar donde quieran estar...

Súbitamente soy niño otra vez. Ahora es una casa concreta. La finca (insisto, no falla). El olor a madera de la casa, otro olor no se de qué pero un tanto dulce. Estoy en el piso de abajo, entre el comedor, en el que a veces ponían aquel "boquitero" con la bolita de vidrio, y la sala con los sillones grises y aquel tapete de ¿toros? cubriéndoles el respaldo. Afuera, la verde grama bien cortada que rodeaba la casa, los árboles un poco más allá, antes de bajar al lago. Ah, y la "estatua" de flamenco rosada y medio despintada.

Si, ahí fui feliz. Mis papás se ocupaban de nosotros, mi mamá siempre pendiente que no nos faltara nada y mi papá en su rol de guía y cabeza de familia. Mis hermanitos y algunos primos, de seguro buscando sapos bajo las piedras a la orilla del lago, talvez bañándose en él o a lo mejor jugando cerca de la casa de Toledo y la Ramona; allá por el gallinero.

Por ahí andan también la abuela Gloria, a lo mejor cocinando con mi mamá, o con la Margarita. La cocina olía diferente, a lo mejor por la comida. Ahí dizque ayudé una vez a la Olguita y la abuela Cony a pelar papas.  Dizque.

El olor del perfume de la abuela Cony y sus pujiditos al hablar, no se bien por qué.  Recuerdo que a veces cuando estaba de pie, juntaba sus manos detrás de la espalda. Y la voz algo raspada del abuelo Sali, su sonrisa medio de lado, y señalaba con el índice. Ambos, claro, cuidándonos a todos.

El Land Rover (razón por la que me encantan esos carros), en sus últimos días siempre guardado en aquel garaje. Los árboles de fruta de la parte de atrás de la casa. La bomba de agua a la orilla del lago, que surtía el depósito que estaba cerca de la cocina.

La botella de Agua Salvavidas -de vidrio en aquellos tiempos- que había que balancear para sacarle agua. El cuadro aquel de la inquisición (que nos daba miedo) en el cuarto abierto del piso de arriba. La marimbita y el barco blanco de madera sobre aquella repisa.  El mirador, donde muchas veces almorzamos sardinas, frijoles, curtido y coca. El rótulo azul de TACA que decía "This seat is occupied!" y que el abuelo tenía en el baño.

El picop Datsun blanco, el caminito bordeado por piedras que daba al lago, los cactus en el otro extremo.  Las pozas de agua caliente en el "terreno de Mariíta", a la par. La playa pública, a dos terrenos de distancia.


Los tíos que llegaban de visita el Sábado de Gloria, había boquitas, había guacamol, había cerveza y guaro. Se sentaban en los pedazos de tronco que estaban en el zaguán y que hacían de bancos. O en la banca roja. Se ponían a contar chistes, siempre bullangueros, siempre alzando la voz.  Las macetas colgadas en el frente con "Cola de Quetzal" y otras plantas que ni conozco el nombre.

La tía: "Esto podrá ser Gallo Light pero yo ya estoy a v*rga!"; nuestro temor porque "Salva nos llegaría a pegar para que creciéramos"; los patojos queriéndonos comer las boquitas -tortillitas y bolitas-, pero solo un poco porque eran para los adultos que tomaban.  Aquella pobre culebra negra que Salva mató cuando fuimos a aquellas ruinas que quedaban cerca; la tienda donde comprábamos.

Estoy ahí. Percibo los olores, las temperaturas, los ruidos, TODO. No lo puedo evitar y dejo escapar la primera lágrima, que me recorre la mejilla derecha. Así que esto es para mí la felicidad. Esos tiempos en los que había muy poco de que preocuparse. Donde siempre había alguien ahí, para uno. Tu papá, tu mamá, tus abuelos, tus tíos. La familia.

El ejercicio continuó con otras ideas similares, y ahora me resulta obvio que en el futuro, yo solo quiero regresar a la casa del lago. Volver a estar ahí; sentirme otra vez ahí. ¿Qué mas quiero que estar escribiendo, disfrutando de un clima maravilloso en un ambiente familiar? ¿Atitlán, Petén Itzá? ¿Por qué no?

-Poco a poco imaginen esta habitación otra vez, los escritorios, el reloj...

Mañana hará un trimestre que vine a Canadá. Y hay días en que por mucho que racionalice y piense en todas las ventajas, esto del desarraigo se me pone muy difícil...  Mierda., ahora sólo quiero limpiarme los ojos antes que los demás abran los suyos.


Quiero seguir buscando,
quiero seguir llorando
y no sentirme mal.
-Aire, Bohemia Suburbana

domingo, 1 de agosto de 2010

Vidas ambulantes

Hace unos dias veía el anuncio del documental "Vidas Ambulantes", que se presentará la semana próxima.  El tema es de los vendedores, músicos y otras personas que trabajan en la calle.  Inevitablemente el trailer me transportó a la esquina de Granville y Dunsmuir, aquí en Vancouver.  Paso por ahí todos los días para llegar a un curso que estoy tomando.

Pues resulta que en el suelo de esa esquina se sienta un anciano a pedir dinero mientras toca su guitarra.  Sí, aquí también pasa.  Y me sucedió de nuevo.  El lunes que lo ví por primera vez, a medio día, me inundó de tristeza.  Nomás fue verlo y escucharlo y sentí otra vez ese hoyo en el pecho, esa honda sensación de vacío.  Otra vez el abuelo Paco, justo ahí frente a mi.

Por lo menos ahora entiendo por qué me pasa eso.  Reconozco la tristeza, la ternura, el cariño que estas personas me transmiten cuando reconozco en ellos la imagen que tengo de mi abuelito.  De alguien marginal, en la periferia de la sociedad.  Un artista, un sabio, un genio abandonado a la autodestrucción por el alcoholismo.

El abuelo Paco tocaba la guitarra, magistralmente.  Hablaba inglés, hablaba francés.  También declamaba, era un gran poeta. Para el Jueves Santo, mi familia gozaba de sus deliciosas ocurrencias con los "Testamentos de Judas".  Pintaba acuarela, lo recuerdo reclinado sobre una silla, pintando paisajes.  El pincel, los colores, el guacal con agua.


Un artista completo.  Una sensibilidad excepcional.  A lo mejor fue por eso que se consumió él mismo.  Era tan vasto su dolor; su forma de sentirlo...  la soledad, el desarraigo, la búsqueda.  Su suicidio fue solo el último paso de un camino que había comenzado hacía mucho.

Entonces, es eso lo que siempre encuentro en los artistas callejeros: la muchacha que tocaba la guitarra aquella noche fría en Covent Garden; el violinista en la estación del Métro de París, el negrito aquel de pelo cano que tocaba "Buffalo Soldier" en la 40R.  También en los mendigos, como aquel señorón que se sienta en una esquina de la zona 14, cerca de mi trabajo anterior.  Son esos personajes urbanos que viven al margen, fuera de las prioridades y valores que la mayoría consideramos normales.  Prima en ellos otra escala de valores, otras formas de ver la vida.  Sin tanta paja ni pose, son verdaderos rebeldes.  No se puede estar cómodo todo el tiempo, hay que hacer algo, hay que extenderse, hay que arriesgarse a sentir.  O quizás simplemente no logran enmarcarse en lo cotidiano.

A pesar de su dolorosa etapa final (o talvez por eso) aún le guardo mucho cariño al abuelo.  Yo tenía ocho años cuando decidió dejarnos.  Pero creo haber aprendido cosas que en su momento ni él ni yo supimos que me enseñaba.  Tuve varias lecciones de vida y muchas enseñanzas.  Aprendí a no conformarme con lo "normal", con lo establecido.  A no limitarme a las posibilidades circunstanciales de mi vida.  A entender que había otras realidades, otras visiones, otros mundos.  Que hay otras formas de vida mas allá de lo que tus ojos pueden ver y que está en mí el poder escoger cuál me queda, cuál me gusta mas.

Y recordar también lo corta que es la vida; y que sólo la tenemos prestada... 

Vidas ambulantes.  Eso es.  Hay quienes sentimos la necesidad de salir a explorar.  Viajar para encontrar qué hay allá afuera: para sentir la riqueza y la pobreza de nuestra humanidad.  Habrá días tristes, habrá días duros, pero nadie dijo que iba a ser fácil. Y aquí estoy entonces, inmerso en mi soledad, en mi desarraigo, enrolado en mi propia búsqueda.  En el margen, en mi periferia.  Desde aquí afuera se miran mejor mis luces y sombras; desde aquí espero encontrar la ruta que seguiré, el mejor camino hacia mi humanidad. 

Así que donde quiera que me estés viendo, gracias Abuelito Paco.  Lección aprendida, tomé nota.

viernes, 30 de julio de 2010

Casa de citas 1

Los sueños son para quien no es lo bastante fuerte
para soportar la realidad.
La realidad en cambio, es para aquel que no es lo bastante fuerte
para enfrentar sus sueños...

Slavoj Zizek sobre "Blue Velvet" de David Lynch

sábado, 10 de julio de 2010

La Mariposa

Ayer fui a la central de la Biblioteca Pública de Vancouver.  Es un edificio circular, de arquitectura bastante peculiar ubicado en el downtown.  Luego de buscar por varias librerías, estaba seguro que al final encontraría libros en español allí.  No me defraudó.  Aunque la variedad y cantidad no es espectacular, hay opciones como Carlos Fuentes, Perez-Reverte, Saramago, J.J. Millás, Sergio Ramírez, etc.  Lástima que ningún autor guatemalteco, me habría sentido feliz de encontrar alguno.  Igual los libros prometen mantenerme entretenido mientras le agarro el mismo gusto a leerlos en inglés.

Pues entre las opciones encontré que también había DVDs, y desde que vi la caja de ésta, supe que me la iba a traer.  The Sea Inside (Mar Adentro) con Javier Bardem.  Es de esas películas que siendo franco, me ha hecho llorar.  Es la historia de Ramón Sampedro, quien luego de un accidente en el mar queda cuadrapléjico y durante 30 años lucha para que le concedan el derecho a la eutanasia (suicidio asistido), o sea, a morir con dignidad.

Y es que no puedo menos que simpatizar con su causa.  Solamente quienes sufren algo así conocen lo que es estar en esa situación.  Es ese uno de los mayores miedos que enfrentamos: perder nuestra independencia, nuestra capacidad de valernos por nosotros mismos.  El tipo estuvo durante treinta años dependiendo de otros, hasta para que le limpiaran el culo.  Así de sencillo y tétrico...  Qué horror.  Espero que la vida no me depare un futuro tan tenebroso.  De acuerdo con Google, sólo en Holanda y Bélgica es legal la eutanasia.  Mmmm... nos llevan ventaja.

La película es muy linda, me gusta mucho cómo muestra la incansable lucha de una persona por cumplir su deseo, mas allá de los juicios moralistas o prejuicios de otros.  Pero lo que más me interesa, es esa figura del espíritu humano, siempre tan inquieto y libre pero encerrado en esa funda, en su cuerpo inerte.  ¿Cómo será sentirse prisionero de uno mismo?  Tener el espíritu, el alma, la consciencia intacta pero no poder mandar al cuerpo, una prisión de piel.

Había otro caso similar, el de Jean-Dominique Bauby, un editor de la revista Elle en Francia que luego de un derrame queda también paralizado.  Este caso era peor, pues solamente se comunicaba por medio de un guiño del ojo izquierdo.  Bauby "escribió" el libro "La Escafandra y la Mariposa" construyendo las palabras y frases al guiñar cada vez que le pasaban la letra correcta del alfabeto...  Impresionante paciencia y determinación.

Recuerdo que conseguí el libro en Guatemala, y al terminar de leerlo, no pude sino sentir un poco de frustración.  A pesar de que anoté algunas frases que me conmovieron, en general mi expectativa era una carga emocional mucho más grande (considerando su situación) que no encontré en ninguna parte.

Finalmente fue en YouTube (The Pervert's Guide to Cinema de Zizek) que vi la semana pasada algo de esa relación tirante entre el espíritu y el cuerpo, y justamente un comentario acerca de dicha relación:  De cómo habita en nosotros mismos el Alien, ese monstruo de la película.  Cómo nuestra humanidad (alien), controla nuestros cuerpos, nuestra animalidad.

Dice Zizek:  Hay un desequilibrio fundamental, una distancia, entre nuestra energía psíquica, denominada "libido" por Freud, esa energía inmortal inagotable que persiste más allá de la vida y de la muerte; y la pobre realidad, finita y mortal, de nuestro cuerpo.

Bueno, yo que se.  Suficiente filosofía.  Me quedo mejor con la poesía, con esa búsqueda de la belleza: la promesa de la eternidad.  De cómo esa fuerza interna, energía psíquica, líbido, alma, espíritu, como queramos llamarle; nos hace escoger, nos hace sentir, nos lleva, nos permite y nos prohibe.  Con la libertad y la fragilidad de una mariposa en vuelo, va guiando cada uno de nuestros pasos en este tránsito diario.  A veces bien, a veces no tanto.

Lo que me deja pensando, si es que últimamente he sido consciente del vuelo de mi mariposa a través de mis ventanas abiertas...

Mar adentro,
Mar adentro.
y en la ingravidez del fondo,
donde es cumplen los sueños
se juntan dos voluntades
para cumplir un deseo,
tu mirada y mi mirada,
como un eco repitiendo sin palabras
mas adentro,
mas adentro,
hasta el más allá del todo
por la sangre y por los huesos.
Pero me despierto siempre
y siempre quiero estar muerto,
para seguir con mi boca
enredada en tus cabellos.

domingo, 4 de julio de 2010

Bon appetit!

No se me ha ocurrido nada de que escribir ultimamente, asi que para alimentar el primer post de julio, hoy haremos un ejercicio de "Reality Show", el tema será el contenido de mi refri...  A quien le parezca un post demasiado trivial, ahora es cuando se puede salir del blog.  :)

Bueno, quienes me conocen saben que la cocina nunca ha sido uno de mis fuertes, incluso recibí como 6 clases en la Universidad Popular antes de venirme, previendo que podría ayudar a mis finanzas el hacer mi comida "casera".  El resultado?  Solo aprendí a picar cebolla (soy un maestro y no me saca las lágrimas), tomate y pimiento.  Pero parece que soy algo lento.  Nunca me atreví a pasarme a la hornilla a echar los filetes de pescado empanizado al aceite, por ejemplo, o a cocer las tiras de panza.  Como dije, estoy resignado a que la cocina no se me dará.

En consecuencia, mi refri nunca ha sido de las que dan orgullo; de esas que uno abre la puerta y está rebosante de verduras, carnes, huevos, fruta, gelatina, bebidas, comida a medio consumir (en contenedores, claro); en fin, que parece una mini sucursal del supermercado.  No.  Mi refri siempre ha mantenido un bajo perfil: Algunos jugos en tetrabrik, jamón y queso, uvas, peras y manzanas, leche de soya (eso sí bastante) y de vez en cuando, una que otra chela.  Lo que se dice una refri de soltero (y huevón y poco imaginativo para la cocina).

Hace dos días me dió hambre a media mañana (ya había pasado el efecto del cereal con leche de soya del desayuno) y al abrirla hasta a mí me dió tristeza:  una pera solitaria, un banano y un poco de jugo de arándano.  Ah, una rodaja de jamón de pavo.  El jamón y una tortilla de harina sacaron la tarea.  Dieta a la que siendo sincero estoy acostumbrado; soy muy práctico en ese sentido.  Aparte que desde hace unos diez años no tengo estufa en casa, por lo que el horno de microondas y el horno tostador han sido mis mayores aproximaciones al mundo culinario...

Pero me he dado cuenta que he estado comiendo de regular a mal en la calle (mientras que en Guate para el almuerzo compraba comida casera a diario, y preferentemente filete de pechuga de pollo); así que decidí hacer una compra de comida un poco mas formal (en lo posible, considerando mis limitaciones; aunque aquí ya mejoraron, el apartamento "incluye" una hornilla eléctrica, eso si, sin utilizar hasta el momento).

Con toda la disposición y paciencia del caso me fui hoy a expulgar el Walmart y el Canadian Superstore que están a unas diez cuadras de mi casa.  Una nueva aventura:  Atravesé territorios ignotos, nunca descubiertos y hasta vistos con desconfianza por mi parte.  Las carnes, las verduras...   Buscando opciones decentes me topé con unas bolsas que traen brócoli, coliflor y zanahoria picada, otras bandejas similares, contenedores con ensalada de macaroni, hasta Chow Mein para microondas!  Qué maravilla...  Ya tenía varios acompañamientos para el almuerzo.  Pero y la porción principal?  Mmmm...

No encontré muchas opciones en el Walmart, asi que me moví al Superstore sin saber qué esperar.  Después de errar por el área de deli: Eureka..!  Una bolsa de 500g de tiras de pechuga.  Excelente, lo que estaba buscando.  ¿Qué mas habrá?  Ajá, una bandeja con mezcla de Sushi (California, Spicy California, Nigiri de salmón y de camarón).  A la canasta.  Y aquí?  Pechuga de pollo rellena de espinaca y ricotta, y unos como burritos rellenos de cangrejo...  Adentro!  Mas adelante habría de encontrar un "six-pack" de queso cottage con fresa.  Mmmm..., véngase con su papá!

Por lo visto el Superstore estaba mejor en cuanto a opciones para solteros...  También habían otras opciones congeladas (pescado, pollo, carne, albóndigas) pero la mayoría había que cocinarlas; asi que descartadas.  Hasta venden los filetes de pechugas de pollo en bolsa de 2 kilos, a lo mejor a la próxima me anime.

Bueno, al final me pareció que encontré buenas opciones para dejar de salir a comer todos los días y ahorrarme algo de dinero.  Habrá que ver cómo le hago para combinarlas (tendré que ponerle un poco de empeño e imaginación, dado mi obvio "analfabetismo").  Mientras tanto, les comparto la vista de una refri mas como debe ser, donde la fruta y la leche de soya al fin encontraron un poco más de compañía...


Ps.  Luego de estar escribiendo de comida, se me abrió el apetito.  Y qué como de todo eso?  Un botecito de queso cottage con fresa.  Lástima que no me dí cuenta que las galletas que tengo son saladas, no de soda.  Pero al fin la combinación no estuvo mala.  Bon appetit!