domingo, 21 de octubre de 2012

Pupilo


Recuerdo aquel día en que llegaste a mi vida.  No sabías ni formatear un disco duro.  Comencé entonces una tarea que hoy me parece afortunada, como tu mentor.  Y fue así que te bautizaron como "el Pupilo".  Mi pupilo.  Cada día era una lección: para vos en lo relacionado con nuestro trabajo, y para mí en cómo ser un buen guía.  No lo hicimos mal.

Se feliz me dijo una lombriz
Que talvez hoy tengas que morir...

Tanto trabajar hasta tarde, muchos fines de semana y desvelos teniendo la satisfacción de ayudar a hacer crecer esa empresa.  Llegamos a instalar y mantener novecientas computadoras.  Nunca nos ahuevamos.  Siempre le entramos parejo al chance.  Tu afán de aprender, tu compromiso a toda prueba y tu cariño y respeto hicieron de nuestra experiencia algo entrañable.

Y esa relación de trabajo la volvimos también una amistad sincera.  Fue con vos que caí de cabeza (algo tarde, eso sí) en lo del rock chapín.  Todavía recuerdo el ahuevón que sentí en el primer concierto, viendo esa fila con tanta mara peluda y vestida de negro.

Deja de llorar por el ayer
Deja de correr si apenas tu me puedes ver

Pero me cuidaste como a un hermano mayor.  Fue con vos que me emborraché por primera vez, aquella noche en que la mezcla de cerveza, licor barato y un chocolate Snickers probó ser fatal para mi estómago y para el carro del Brutus.  Y vos, como mi brother, siempre estuviste a mi lado. 

Tantos conciertos, en el Teatro al Aire Libre, en el Estadio del Ejército, en el parqueo Sta Clara zona 10 o en la Bodeguita del Centro.  Bohemia, Viernes, Radio Viejo, La Tona.  Saltando abrazados, lado a lado, en un mar de camisas negras.  Todo alegría, todo hermandad, orgullosos de ser chapines.  Fue así como empecé rascar la piel de mi identidad.

Con Jerson, Felipe y Otto metidos en el calmado mar de Livingston: "De pronto estoy tiraaado, en frente de este laaago y leeejos, estoy leeejos, en la montaña azul, en la montaña azuuuul".  El viaje a Champey.  Al Xocomil.  Tantas veces nos cagamos de la risa.  El viaje al Puerto.  A Tikal. Y al volcán.

Como le dije a otro gran hermano de mi vida, es a esos seres que más he querido en distintas etapas de mi existencia a los que he invitado a algún volcán:  A compartir un sacrificio íntimo.

Es extraño amanecer
Sientes algo raro otra vez
Y hoy el sol no alumbra como lo hizo ayer
O hace quinientos año cuando no soñabas con nacer

La vida nos encaminaría después en rutas distintas.  Pero no perdimos el contacto del todo.  Fuiste la primera persona en la que pensé en recomendar para aquel empleo que decliné en el ingenio.  Por supuesto me alegró mucho saber que lo hiciste muy bien ahí también (claro, yo ya lo sabía).

Tiempo después viajé a Vancouver a buscar mi futuro.  No recuerdo si hablamos durante ese tiempo, pero luego de año y medio volví de visita.  No pudiste acompañarnos la noche que llegué -como siempre, vos comprometido con tu trabajo-.  Llamaste para disculparte y hablaste con mi mamá.   Finalmente platicamos la noche del 20 de octubre, la noche anterior.  ¿Qué iba a saber yo que iba a ser la última vez que hablaríamos?  Ah paisito de mierda!  Cómo me dueles Guatemala...

Y el odio destruyó la palabra amor
Cuando lavaron sus pecados con las faldas de mi dios

No podía creerlo cuando recibí la llamada de mi primo, hace exactamente un año.  No quería creerlo.  Me invadió la negación, esa incredulidad de los corazones aferrados a una mínima esperanza.  Talvez no eras vos...  El periódico decía que era alguien de 24 años.  Por favor que no seas vos.  Fue hasta que llamé a tu trabajo que confirmé lo que temía y que se me quebró el espíritu.  Hacía años que no había llorado la muerte de un ser querido.

Se feliz me dijo una lombriz
Que talvez hoy tengas que morir

Sí, eras vos.  Saliste de tu casa, dejaste a tu esposa en un taxi y luego caminaste.  Dijeron que fue un asalto.  Ese maldito mensajero de la muerte apagó tu luz esa madrugada.  Como me dijo tu mamá entre sollozos en tu velorio, "Me lo quitaron, Paco...".  Sólo pude abrazarla y llorar a su lado.  Al salir no me despedí de ella, ni de tu esposa.  No tuve los huevos.

Me consuela saber que, como dice mi madre, "lo bueno que se pueda dar, hay que darlo en vida mijo".  Y eso traté de hacer.  Fue en vida viejo, en tu vida.

Te la debía brother. Me la debía, mijo.  Así que un año después: Gracias por todo, Pupilo.


Si hoy el tiempo llega
talvez me llevará
talvez regreses
talvez te quedarás...

La lombriz - Bohemia Suburbana 

domingo, 28 de agosto de 2011

Domando a Tohil

Cielo de azul infinito, el agua a una temperatura ideal, viento amable de verano.  Luego de una media hora de instrucción, cargar la tabla y después la vela hasta la playa, meterme por primera vez en un ajustado wetsuit de esos que sólo había visto en la tele o las películas, comenzó mi nueva aventura.  No pude escoger una mejor tarde para tomar ¡Mi primera lección de windsurfing!

La oportunidad llegó por medio de una oferta de Groupon.com.  Tres horas de instrucción a mitad de precio ($40).  Irresistible ocasión para echar una nueva experiencia a la mochila.  Lo compré varias semanas atrás así que después de evaluar el pronóstico del clima para escoger una buena fecha -las últimas dos semanas por fin tuvimos días de verano (23-25 grados y soleados)- y comprar un par de watershoes baratos en el Walmart estaba listo para el reto.

Google Maps me guió sin problemas -convenientemente ahora en mi teléfono- desde el restaurante de sushi en el downtown donde almorcé con mis amigos hasta el Jericho Sailing Centre.  Luego del transbordo en el centro, la ruta 4 me dejó en la entrada de la playa.  Una agradable caminata al lado de un bosque -menos mal que elegí vestirme de playera blanca, shorts y flip-flops-.  Linda playa la de Jericho, situada al suroeste de la ciudad (y una excelente vista del downtown).

Después de deambular un poco perdido por la playa encontré las oficinas de Windsure, me registré y pagué el impuesto (12%).  Me dirigieron hacia la caseta:

En camino a la caseta de Windsure

- Hola, tengo reservación para el curso de las 4 pm
- Hola, soy Michelle.  Comenzamos en pocos minutos aquí en frente, puedes cambiarte la ropa en las casetas a la vuelta de la esquina
- Bueno, muchas gracias

Dudando si usar la calzoneta de natación -de esas de licra ajustada- o una mas larga, me decido por la última.  Meto los shorts, mi teléfono y la billetera en la mochila.  Al volver, los participantes en el curso están reunidos en la playa.  Titubeo, veo que ya todos se han quitado la playera así que hago lo mismo, guardo la mochila en sus "lockers" -mas bien armarios de madera- y me doy cuenta que será difícil tomar fotos una vez comencemos, por lo que dejo la cámara también.

Mi grupo de primerizos incluye un par de muchachos rubios, una pareja de indios, otra de chinos, otra chinita y una bonita chica rubia.  Ah, y un chapín entusiasta.  Como siempre, un grupo bastante diverso. 

Michelle se sienta en una piedra y con un marcador y una hoja comienza la instrucción teórica:

- Alguien puede decirme desde dónde está soplando el viento?
- Por allá!  Digo mientras apunto hacia mi izquierda.  No se si quería coordenadas este-oeste o algo así...
- Correcto, busquen las banderas en la playa pues son los mejores indicadores.  Ahora, si pensamos en un reloj -mientras dibuja el círculo en el papel- y el viento sopla a las 12, ¿Cuál es la dirección contraria?
- Las 6, respondemos todos.

Luego de las 6, marca las 9 y las 3 en su dibujo.
- Al hacer windsurf, la única sección en el reloj imaginario en las que se puede aprovechar el viento son entre las 9 y las 10 y entre las 2 y las 3.  O sea, en dirección perpendicular al viento.
- Ajá...  so far, so good

Entonces, si salimos por ejemplo de esa área y nos encontramos en la sección de las 3 a las 9, cómo volvemos?
- Ni idea, no se si entendí bien la pregunta.  Ninguno de los primerizos atinamos a responder
- En zigzag, responde alguien fuera del grupo
- Así es.

Luego comienza a hablar de la vela, de upwind, downwind, y conforme avanza, comienzo a tener la sensación de que ya me perdí... 

Michelle se sube al "simulador" (una tabla y vela sujetos a una base en la arena), en la que nos muestra cuál es el frente y cuál la parte de atrás de la tabla, cómo subirse a la tabla -las manos primero, luego las rodillas donde estuvieron las manos, finalmente los pies-, la forma de pararse en la tabla -los pies a los lados del mástil y manteniendo la espalda derecha-.  

Ahora cómo levantar la vela del agua -jalar una cuerda atada al mástil-, cómo tomar el mástil y la forma de sujetar el boom -el "agarrador" de la vela-, cómo iniciar el movimiento, cómo inclinar la vela para cambiar la dirección, y un largo etcétera.  En este punto me estoy preocupado pues creo que ya se me olvidó la mitad de lo que dijo y no se si comprendí bien la otra mitad.

Al terminar la instrucción, Michelle pregunta:
- Ok, entonces ¿Quién va a ser el primero en subirse al simulador?
No hay muchos valientes
- Vamos chicos, todos tendrán que subir de todas maneras

El primer cuate a la izquierda de nuestro semicírculo se ofrece como voluntario, se sube a la tabla y Michelle le va ayudando a hacer cada movimiento.  Uno a uno vamos subiendo y cuando me toca mi turno, me siento un tanto nervioso.  Ya subido en el simulador, los primeros movimientos, aunque torpes, los hago bien pero cuando trato de levantar la vela jalando la cuerda, siento por primera vez la fuerza del viento que empuja separándome de ella.  Una vez estabilizada la tabla, hago los movimientos upwind y downwind, la maniobra para dar la vuelta a la vela subido sobre la tabla -algo difícil en tierra, no quiero imaginármelo en el agua- y aliviado termino mi simulación.

La academia...

Cuando todos hemos pasado, nos toca llevar las tablas desde atrás de la caseta hacia la playa.  Son un tanto pesadas -50 libras talvez?- y largas: 2.5 metros, por lo que nos toca cargarlas entre dos personas.  Volvemos por las velas (mucho más livianas, llevándolas sobre la cabeza con una mano en el mástil y la otra en el boom), cuidando de no dejar entrar arena en el hoyo que encaja con el piñón en la tabla, lo que mantiene unidas ambas partes. 

Por último, los wetsuits y chalecos.  Volvemos a la caseta y otro instructor nos asigna nuestros trajes.  Están volteados -la parte externa del traje está hacia adentro, me pregunto por qué-.  Le doy la vuelta -el ziper queda en la parte de atrás del cuerpo- y meto el pie izquierdo primero, cuidando de no llenarlo de arena.  Wow, de verdad es ajustado.  Meto el pie derecho ahora y con dificultad comienzo a subir las piernas del traje ajustándolas a las mías.  En la parte de las rodillas tienen un material distinto (imagino que para mejor flexibilidad). 

Es en este momento que recuerdo el consejo de la chica francesa que conocí ayer en una fiesta: "Usa la calzoneta de licra para que sea más fácil entrar en el traje".  Ni modo, tuve que hacer los ajustes del caso para que la calzoneta no se abultara en lugares incómodos...   Continúo subiendo el wetsuit hasta meter la mano derecha, luego la izquierda.  Hay una correa de unos 20 cms atada al zíper para facilitar el cierre así que extiendo el brazo hacia la nuca, agarro la correa y la jalo hasta donde topa.  Ya está! 

Comienzo a sentirme como los surfers que cabalgan con libertad total sobre las olas en películas como Point Break.  La adrenalina y alegría de hacer algo totalmente nuevo me va inundando...

Escojo ahora uno de los chalecos salvavidas -uno que combine con el azul de mi wetsuit- y es cuando aprovecho para pedirle a uno de los colegas novicios que me tome un par de fotos.  No se si vaya a tener otra oportunidad hoy de verme tan preparado para el mar.

Caminamos todos hacia la playa y mientras llega la instructora, entusiasmados, aprovechamos para experimentar por primera vez el entrar al mar en un traje de neopreno.  El agua está un tanto fría pero nos importa poco.  Nos vemos unos a otros sonriendo, entre nerviosos y emocionados.

Michelle llega subida en un kayak y nos da las últimas indicaciones.  La vela al lado derecho de la tabla, arrastramos la tabla vela hacia el mar.  Con el agua a la cintura, cambiamos de posición la centerboard (aleta que sirve para la estabilidad y dirección).  Bueno, llegó la hora!  Poniendo mis manos sobre la tabla, me impulso para subir las rodillas y ahora asiento los pies.  Estoy parado en la tabla!

Continúa...

domingo, 5 de junio de 2011

De despedidas y reencuentros

Esta semana me tocó despedir a Patricia y Alex, dos grandes amigos colombianos que hice en Vancouver.  Por razones personales, decidieron volver a Bogotá después de 4 años de vivir en Canadá (tres y medio en Montreal y los últimos 6 meses en nuestra ciudad).

Tuve el gusto de conocerlos en noviembre, cuando llegó mi oportunidad de dar, así como fui yo quien recibí hace un año. Apoyo, atención, consejos o simplemente estar ahí cuando es necesario.  Es una historia que todos los migrantes conocemos.  Una solidaridad que quienes hemos abandonado nuestra patria, nuestra familia y círculo de amigos entendemos y brindamos con mucho gusto, pues sabemos que ese cambio no es fácil y lo es menos al principio.

Congeniamos muy bien desde el inicio.  Creo que ayudó que tuviésemos puntos de vista y edades similares e intereses comunes.  Y algo ideal: que tuvieran un gran espíritu de aventura.  La vida los puso en mi camino justo cuando los necesitaba.

Y así fue que me invitaron a su casa a almorzar para mi cumpleaños, que compartimos una refacción el año nuevo o que jugamos tenis unas cuantas veces en el Stanley Park (una de ellas a 2 grados centígrados).  También compartimos una velada clandestina de vino y queso contemplando un hermoso atardecer en English Bay (clandestina considerando que en Canadá está prohibido consumir alcohol en la vía pública, así que bebimos el vino en pocillo). 

Fui su guía para nuestra excursión de caminata en la nieve -pues tenía "mas experiencia"- (había ido una semana antes) y en aquella ocasión hasta les enseñé a deslizarse en la nieve montaña abajo sentados en una bolsa plástica.  Prestando una expresión colombiana, se hicieron muy "queridos".

 Aprendiendo a gozar de la nieve de marzo entre amigos...

Siempre me hicieron sentir como en casa, luego de los partidos de tenis (que siempre ganó Alex) me regadereaba en su casa y me invitaban a almorzar con ellos.  Les hice ver que la invitación era siempre bienvenida pues aparte de lo bueno de la compañía y sobremesa, la alternativa era comida congelada.

Junto a ellos conocí la Isla de Vancouver, hicimos kayaking en Bowen Island y disfrutamos de un picnic en Deep Cove.  Aunque la verdad es que picnics hacíamos en casi todas partes, por economía y por cierta alergia alimenticia.  En son de broma les decía que si alguien me preguntara cuál es la comida tradicional colombiana le respondería "panes con atún" y la réplica era que la comida típica guatemalteca habría de ser entonces sandwich de jamón y queso y papalinas...

En el último par de meses, intensificamos los fines de semana de aventura pues, sabiendo que volvían a su país, querían aprovechar el tiempo.  O como yo les decía, querían comerse Vancouver de un solo bocado.  Y yo encantado, por supuesto.  Fue una oportunidad perfecta para salir de la ciudad -por muy linda que sea Vancouver, siempre he tenido esa necesidad de dejar el concreto atrás- y extender mis pasos hasta Victoria, Seattle, Squamish y Whistler.

El martes compartimos la cena por última vez y aunque era una ocasión triste, quedó la promesa del reencuentro.  Claro que les extrañaré, pues con ellos me sentí de nuevo como con mis hermanos y primos donde salíamos a hacer alguna aventura, o como nos gusta llamarles, algún reto.  El reto era la excusa para reafirmar nuestra pertenencia y a la vez, conocer nuevos lugares, compartir nuevas experiencias y crear nuevos recuerdos.  Mi reto ahora será hacer nuevas amistades y abrirme a otras personas para continuar construyendo mi vida en esta ciudad.

Hoy por fin tuve un fin de semana en casa.  Aparte de que era necesario pues mi apartamento estaba patas arriba -una fuga de agua desencadenó una revolución de tres semanas que incluyó cambio de piso, alfombra y gabinetes- y no me había dado tiempo de reacomodar las cosas y desempolvar.  Y mientras reflexionaba sobre su partida y nuestra amistad en estos días, concreté un plan que hace tiempo venía acariciando.

Como muchas cosas en la vida, el camino se fue abriendo conforme iba dando cada paso.  Las millas que tenía disponibles, el resto en descuento y las fechas autorizadas en la empresa.  Asi es que regreso de visita a Guatemala a finales de octubre! 

El anhelado reencuentro con mis seres queridos. Algo que siempre estuvo presente en mi mente.  Al venir, no tenía la menor idea de cuando volvería.  E irónicamente es lo que más se añora en esa etapa.  
Mi familia, mis amigos, mi casa.

Estaremos juntos de nuevo, tantas ganas de platicar con cada uno, de actualizar lo que ha sido de nuestras vidas últimamente.  Seguro habrá un par de excursiones en la lista (Volcanes de Pacaya y Acatenango, aquí les voy!), igual que los desayunos en Tecpán y Antigua y algún almuerzo en Pana.  Llegaré a tiempo para el fiambre y ya quiero desayunar frijoles y plátanos fritos...   pero ante todo, me sentiré en casa de nuevo.  Hay tanto que quiero hacer y tanto que compartir.

Mientras llega octubre, ya pronto viene otro amigo colombiano, "importado" desde Montreal gracias a la influencia de Patricia.  Como le gusta decir, ella es la embajadora de British Columbia y su fiel promotora.  Así que habrá que darle la bienvenida y servir de guía, con mucho gusto.  Y todavía hay más: otra pareja de amigos, esta vez guatemaltecos, se aprestan a iniciar su propia aventura en septiembre.  Así que ya habrá nuevas oportunidades de ayudar y estrechar lazos.

Me queda la satisfacción que mis amigos aprendieron un poco de lenguaje guatemalteco (ahora saben por ejemplo lo que es un "chucho") y yo aprendí un poco de colombiano.  Y como se que me esperan más aeropuertos (de las pocas certezas para un Pata de Chucho), ahora que siento a Colombia mucho más cerca de mí he incluído a El Dorado, el de Bogotá, entre mis futuros destinos.  Con anfitriones tan queridos no me cabe duda que me gustará mucho.  Así que otra vez muchas gracias por todo, Patricia y Alex.  Y a los amigos por llegar, bienvenidos!

We all end in the ocean
we all start in the streams
We are all carried along
by the river of dreams
in the middle of the night.
River of Dreams, Billy Joel

sábado, 26 de marzo de 2011

Encuentro en París

Filmado en las calles de París en 1976,  alrededor de las 5:30 de la mañana, este video es todo un clásico: una cámara montada en el bumper de un auto circulando a alta velocidad por lugares icónicos de la Ciudad Luz.  Los Campos Elíseos, el Arco del Triunfo, la Plaza de la Concordia, Pigalle y Montmartre.

Devorando kilómetros, el piloto ignora semáforos en rojo, circula a contravía e incluso se sube en una acera para esquivar un camión de basura mientras peatones y palomas son dejados atrás.  Para la filmación no se utilizaron efectos especiales, lo que le da al cortometraje esa crudeza o autenticidad que no es común hoy en día.

Una historia de amor contada a miles de revoluciones por minuto bajo el arrullo espléndido de un poderoso motor.  ¿Documental? ¿Irresponsabilidad? ¿Arte?  Juzguen ustedes...

Sirva este post para darle la bienvenida a la temporada 2011 de Formula 1.  Comienza el gran circo de la tecnología, manejo, estrategia, glamour y mercadeo.  Magnífico...

¿Me acompañan a recorrer las calles de París?


sábado, 26 de febrero de 2011

Entre karaoke y budismo

Si algo se agradece en esta ciudad es la diversidad cultural que existe.  Hace tres semanas me tocó vivir una de las experiencias "obligadas" en Vancouver: el Karaoke en casa de unos amigos filipinos.  Es un estereotipo el que a los filipinos les encanta el asunto y ese viernes pude comprobarlo.

El grupo de amigos del trabajo -los que entramos juntos a la empresa en noviembre- fuimos invitados por Romeo a su casa.  Era su fiesta de despedida, pues consiguió un buen empleo en Calgary, en la provincia de Alberta.

Es en Alberta donde se encuentran las arenas bituminosas, un enorme yacimiento de petróleo en Canadá cuya extracción es criticada por ser altamente intensiva en el uso de recursos naturales (tala de árboles, uso del agua, etc), pues es necesario separar la arena del petróleo inyectando agua hirviendo.  Dicha industria ha llevado una bonanza económica desde hace varias décadas a la provincia que fue durante los últimos años el área de mayor crecimiento económico en Canadá. 

Romeo se cambió a un empleo bastante especializado en tecnología -almacenamiento de datos-, que era justamente su profesión en Filipinas y luego en Singapur, por lo que logró asegurarse un salario más alto al que actualmente nos pagan en la empresa -lo digo en plural porque todos entramos con el mismo sueldo-.  No tardaron en correr los rumores durante el almuerzo de que se fue ganando el doble de salario, después resultó que era el triple, y exageraciones así.  Fascinante la universalidad con la que funciona el chismorreo "de corredor": nuestra naturaleza humana.

Pues decía que nos reunimos en su apartamento, bastante bien equipado, en una zona no muy lejana de mi casa a dos estaciones de tren.  Felizmente había un buffet de comida filipina, por lo que me dí gusto probando platillos cuyos nombres no recuerdo que incluían una especie de taquitos, carne adobada y otras delicias.  Aunque yo llevé una botella de vino, lo que abundó fue la cerveza así que con eso me conformé, aunque en consecuencia solo pude servirme dos rondas de comida.

La plática en la reunión giró, naturalmente, en torno al tema del trabajo, las experiencias y anécdotas de cada uno, las quejas y sugerencias, en fin.  Ya luego de la cena, después de un tiempo de cháchara y varias fotos, noté cuando el cuñado de Romeo sacaba un micrófono alámbrico para conectarlo en la tele.  Ah, ni color...

Así que luego de preparar el equipo, con el nerviosismo e indecisión que caracteriza estas sesiones de karaoke, cada uno fuimos escogiendo canciones en el infaltable librito y animándonos a cantarlas lo mejor que nos fuera posible.  Lo bueno es que como al final la mayoría canta, no hay que preocuparse tanto del momento colorado.  A todos nos toca sufrir al estar bajo el "reflector".

Era casi mi turno y yo nerviosamente seguía dándole vueltas y vueltas a las páginas sin saber exactamente qué canción escoger.  ¿Será que me sé la letra de ésta? No, mejor esta otra.  Mmm...  Está muy fresa...  Como en otras situaciones, lo mejor fue tirarse al agua sin pensarlo mucho.  Uptown Girl de Billy Joel.  Recuerdo haber visto el video de la canción por primera vez a mis nueve años, cuando estaba en tercero de primaria.  Y que alguna vez la pusimos a sonar en la clase, en una vieja grabadora de cassette que saber quien llevaba al colegio.  Así que como ha sido una vieja compañera de viaje, fue mi primera opción.

Sentado angustiosamente en el sillón, mi vano esfuerzo por conseguir una entonación decente me hizo recordar que hay cosas que simplemente es mejor no intentar.  Qué penoso caso..!  Luego de terminar la que al final me pareció una canción eterna y sentir cómo me bajaba el color -menos mal la sala estaba a media luz-, el turno le correspondió a los demás valientes.

Un par de cervezas después, ya talvez un poco más relajada la vergüenza, A Hard Day's Night de los Beatles me ayudó a hacer que los otros cantaran conmigo.  No era para menos, la escogí justamente por aquello de "...and I've been working like a dog".  Y es que vaya si no ha sido estresante y duro nuestro trabajo!  Así que quienes se identificaron con la canción me acompañaron en un coro de voces multinacionales.

No pude evitar recordar a Bill Murray y Scarlett Johansson (baby...) en su karaoke particular en Tokio, en aquella escena de Lost in Translation.  Buena película.

Casi terminando la velada y con mayor confianza -producto evidente de la desinhibición por los tragos y el ambiente- ya de pié y con autoridad dirigí al grupo mientras cantamos La Bamba.  Mucho más fácil para mí y conocida -o por lo menos tarareada- por los demás.  Qué risa.

Un poco antes de medianoche, cuando ya la mayoría se había ido y algunos de los presentes estaban un poco más que alegres entre el vino y la cerveza, decidí que era el momento de volver a casa.  Dos cuadras al tren, dos paradas y cuatro cuadras de la estación a casa.  Como siempre, sin novedad.

Al día siguiente me reuniría con mis amigos, la pareja de colombianos, quienes me han abierto sin condiciones las puertas de su casa. Hemos jugado tenis con Alex en las canchas a la entrada de Stanley Park (a veces a 3 grados centígrados), compartido el almuerzo que prepara Patricia, su esposa y colega mía de trabajo.  Un agradecido cambio a la comida congelada de todos los días.  Y hemos disfrutado de una plática bastante interesante de temas diversos.

Tan diversos, como ese sábado cuando noté una manta con ciertos símbolos orientales colgando detrás de la puerta de entrada a su apartamento.  Imaginé que era algún souvenir chino -hay una fuerte influencia en esta ciudad- pero resultó que eran budistas tibetanos.  Tanto los símbolos como mis amigos.

Así que de forma inesperada, pasamos la tarde discutiendo temas como el ejercicio de la meditación -cosa que intenté en alguna ocasión pero que no encontré la disciplina para continuarla-, del proceso de iluminación que llevó a Siddharta a convertirse en un Buda y de nuestra desconfianza por la mayoría de religiones y profetas.

Me fueron útiles entonces los pocos meses en que me acerqué al budismo en aquel templo de Ciudad Vieja, allá en la zona 10.  De esos días recuerdo muy bien conceptos que he tratado de aplicar en mi vida, como el evitar el sufrimiento producido por el deseo o anhelo.  O la búsqueda de una vida en la que se pueda disfrutar de lo "suficiente", sin excesos.  O algo que me quedó grabado: El principio de la compasión, el entendimiento del prójimo y el compromiso y acción para que otros (así como uno mismo) obtengan la felicidad.  El mismo concepto del "ama a tu prójimo como a tí mismo" del cristianismo.

En fin, fue una tarde provechosa que me llenó de tranquilidad.  Caminando de vuelta, reflexioné en mi forma de vivir y recordé las razones por las que intento llevar mi vida de esta manera.  El pensamiento me ayudó a reafirmarme.  Llegué a mi casa agradecido por un fin de semana de experiencias distintas, entre culturas y nacionalidades diversas.  Un fin de semana entre karaoke y budismo.

"Vos que vas lastimando, a quien se ve distinto
imponiendo posturas siempre con mano dura..."
- Mal bicho, Los Fabulosos Cadillacs

sábado, 15 de enero de 2011

De película

Soy suscriptor de la revista Wired.  Lo digo con orgullo, como si fuera miembro de alguna logia, élite o algo así.  Desde que felizmente me la encontré en una de esas librerías de aeropuerto haciendo escala en Miami, pocas veces me la perdí.

La revista se enfoca en temas de vanguardia, en cómo la tecnología influye en la cultura, la economía y la política.  Esto hace que sea una selección ecléctica de un mundo en movimiento: Conceptos como el outsourcing, la cultura wikipedia, las redes sociales, o cambios de paradigma como el surgimiento del modelo "Long tail" -estrategia comercial "de nicho" en donde se venden gran cantidad de artículos únicos en cantidades relativamente pequeñas- en contraposición al modelo tradicional del "big-hit" -vender pocos artículos populares, en venta masiva-.

Gracias a Wired conocí al Prius, el auto híbrido de Toyota, mucho antes de tener la oportunidad de manejarlo hace un año -evidentemente entusiasmado- en un vecindario suburbano de Nueva Jersey.  Otros temas: la influencia del fusil AK-47 en el mundo, la vida de los habitantes de un abandonado pueblo minero de Oklahoma, la búsqueda de la vacuna anti-stress, de cómo funciona Pixar o de la evolución de las bombas talibanes en Afganistán.  También conocí de la penetración de la cultura del Manga japonés, mientras era testigo de primera mano a través de la experiencia de mi hermano menor, ahora Otaku y Cosplayer.

Hay también temas francamente pintorescos, como el de "La Burbuja Zombie": de cómo las películas de zombies reflejan el consumismo sin sentido -mindless- y por tanto, la teórica interrelación entre ellas y los tiempos de bonanza económica -lo cual, mediante la medición del índice Dow Jones y las películas y series de zombies de 1968 al 2010, comprueba ser falso-.  O una página con las últimas pistolas de agua en el mercado.

Y qué decir de la ficticia "Universidad Wired" con la siguiente nota para el "curso" de Diplomacia Post-Estado: "¿Quiere saber quién determina su libertad de expresión, comercio, asociación y privacidad? No busque en la Constitución.  En su lugar, busque en Apple, Facebook, Google, Verizon, y otras compañías que son quienes ahora establecen los límites que definen la vida civil"...

En fin, una fuente inagotable de referencias y de novedad.  Herramientas para entender el mundo en que vivimos y también hacia el que vamos.  Y es ahí a donde quiero llegar.  Durante muchas lecturas, no podía evitar esa sensación de ser simplemente un espectador, pues pocas veces podía experimentar o ser protagonista de lo que ahí se publicaba.  Hace una semana, finalmente, llegué al futuro.  Y el futuro no tiene fricción, es etéreo.

Me explico:  Durante los días anteriores a la Navidad pasada, anduve en búsqueda de un Blu-ray player.  Considerando la pobre oferta de películas del cable básico y mi gusto por el cine -favoreciendo generalmente las buenas historias sobre las películas de soso entretenimiento, no digamos la mayoría de comedias gringas-; me quería regalar ese pequeño lujo de disfrutarlas en televisión, en lugar de la pequeña pantalla de mi laptop.

Los precios de los artículos electrónicos son obviamente más favorables aquí y llegué a encontrar una oferta de un Blu-ray por $90.00.  Un precio tan bueno que el día que llegué ilusionado al almacén ya no había existencias y no volvieron a tenerlas.  Así que un tanto frustrado volví a casa con las manos vacías.

Recordé sin embargo haber leído en una Wired de hace unos cuantos meses -y en los periódicos recientes- de Netflix.  Esta es una companía que comenzó en 1999 ofreciendo suscripciones a un servicio que por una cuota mensual fija, se puede alquilar una cantidad ilimitada de películas por DVD que son enviadas por el correo "hasta la puerta de su casa".  Qué conveniencia...  ya se ve porqué Blockbuster languidece y se extingue progresivamente.  ¿Qué sentido tiene salir de casa cuando se pueden recibir las películas por el correo?

La cosa se pone aún mejor pues hace ya algún tiempo, Netflix comenzó a prestar el servicio de "streaming": por medio del internet, las películas se reproducen directa e inmediatamente en un reproductor compatible, no hay necesidad de esperar a que bajen.  Igual que con un DVD o Blu-ray player se pueden pausar, retroceder o adelantar.  Incluso se puede pausar la película que se está viendo en la computadora y terminar de verla después en la tele, por ejemplo.  Qué maravilla!

Una vez el dispositivo -computadora, TV, Blu-ray player, Xbox, Wii o PS3- sea compatible con Netflix, se puede ver la película, documental o serie sin problemas.  Hablando de conveniencia...  La suscripción cuesta $8.00 mensuales y el único límite es el catálogo que tienen.  Considerando que la conexión de internet en mi casa a seis megabits es bastante rápida -fue algo de lo cual el dueño se jactó cuando me mostró la suite en mayo- y que el primer mes de prueba es gratis, fue una oferta que no pude rechazar.

La primera película que vi la escogí con cuidado, emocionado con el ritual de atravesar una nueva frontera; y no me defraudó: "Reservoir Dogs".  ¡Qué manera de contar una historia!  Violenta y cruda, personajes con nombres como "Mr. Pink" y "Mr. White", el diálogo sobre dar propinas o la escena de la oreja, una joya en la que ya se intuyen Pulp Fiction y Kill Bill, que vendrían después.  Recomendada para quienes gustan del trabajo de Tarantino.

Después durante la semana vería en cuatro capítulos, una documental de viaje por el Sahara -que no se todavía cómo, pero quiero que sea mi próxima aventura, después de la visita "obligada" a Guatemala, claro-.  Y por último, Brother's Keeper, documental del juicio a Delbert Ward, un granjero anciano y semianalfabeta de sesenta y tantos años que vivía junto a sus tres hermanos, también mayores, aislado de la sociedad.  Esto hasta la muerte de uno de ellos, William, de la que es acusado.

Ha sido una excelente oportunidad de conocer nuevas historias y de emocionarme con nuevos proyectos de viaje.  Y principalmente, una manera de experimentar de primera mano estos cambios de paradigmas de los que hablaba al principio.  Aún cuando en Guatemala ver películas es tan barato como pagar Q5.00 ($0.63) por una copia pirata, durante los últimos años me resistí a acumular discos en casa.  Sabía que ya no tenía sentido hacerlo, pues el esquema cambiaría pronto: ver la película que quiera en el momento que quiera.  La eterna promesa de libertad.  Como mosca a la miel, no pueden prometerme nada mejor.

A propósito, recuerdo otro artículo que mencionaba ese cambio de la cultura de "ser dueño" a la de "alquilar".  El ejemplo estaba relacionado con el ser propietario de una casa.  A diferencia de ser dueño de una casa, al alquilar se tiene una mayor libertad de movimiento y se evitan los gastos de mantenimiento o renovación.  Y considerando que según las noticias locales, el precio promedio de una casa en Vancouver es de C$ 1 millón, la cuestión tiende a aliviarme.

Lo mismo pasa con otras propiedades, como los autos:  aquí están los Zip-car, el concepto de pagar una membresía y poder utilizar una flotilla de autos localizados en lugares cercanos a estaciones del metro por un tiempo definido.  Y comienzan a surgir websites especializados en contactar dueños de cosas (podadoras, aspiradoras, herramientas) con personas que las necesitan utilizar.  La idea es dejar de acumular cosas y en cambio pagar por utilizarlas.

Así que la suscripción a Netflix ha sido para mí una manera de sentirme dentro de ese mundo que sólo leía en una revista.  En cierta forma estoy alcanzando el futuro, que incluye un cambio de paradigmas.  O quizás al contrario, el cambio de paradigmas me acerca un poco más al futuro.  Quién sabe.

viernes, 31 de diciembre de 2010

La San Silvestre

Sexta avenida zona 4, en el carril frente a las oficinas del IGSS.  31 de diciembre, una y media a dos de la tarde.  Nos hemos reunido miles de corredores que desordenadamente cubrimos unos doscientos metros de la calle, talvez mas.  Serán 10 kilómetros recorriendo la ciudad que cualquier otro día atravesamos indiferentemente en carro o en bus.  Pero éste no es un evento cualquiera, ni es cualquier carrera.  Esta es la San Silvestre.

Tampoco somos cualquier corredor.  Somos los entusiastas, soñadores y relajeros que los otros 364 días del año volteamos para el otro lado cuando hablan de ejercicio, carreras o entrenos.  Pero hoy no.  Hoy estamos aquí, con la adrenalina al tope mientras dizque calentamos y estiramos las piernas, preparándonos para la carga que nos tocará llevar por la noche vieja.  La última del año.

La descubrimos hace tres años.  Nos paramos a la orilla de la 6a allá sobre la 11 calle zona 9 y en cuanto comenzamos a ver pasar a los corredores, en cuanto experimentamos el espíritu de esta fiesta, supimos que el siguiente año seríamos protagonistas.  Queríamos estar ahí, que también nos aplaudieran!

Ah si, un detalle:  ¡Corremos disfrazados!  De piratas hace dos años, de la vecindad del chavo en 2009, y este año de super héroes.  Y así, por aproximadamente una hora -un poquito mas, a quién engañamos- convertimos 10 kms de las calles de Guatemala Ciudad en nuestra área personal de juegos.

La culpa la tienen ellos.  Sí, los que se ponen a la orilla a aplaudirnos.  Claro, quién se va a resistir a experimentar por una tarde, un ratito nomás, la alegría y el sentimiento de armonía que esta carrera nos regala.  Durante ese tiempo, esa hora y pico, no hay barreras ni clases sociales, afuera los problemas cotidianos, la violencia o el racismo.  Todo mundo deseándose ¡Feliz Año Nuevo!

Antes de la carrera, la gente se turna para tomarnos fotos.  Somos parte del espectáculo.  Protagonistas.  Los fotógrafos de la prensa escrita, los de la tele, los de los sitios web de carreras.  Arriba, el característico cielo azul profundo de diciembre y el sol nos alumbra la sonrisa.  La gente se nos acerca y nos pide posar para sus fotos.  ¡Con gusto!  ¡Claro! A ver muchá, ¡Juntémonos!  Y así, va llegando la hora...


Dos y media.  Primero salen las mujeres.  De puntillas logramos ver cómo corren debajo de la pasarela del Centro Comercial Plaza zona 4, abarrotada de espectadores.  Luego salimos los demás.  El nerviosismo aumenta y llega a su clímax mientras comenzamos a avanzar, primero caminando y luego dando finalmente las primeras zancadas.  Por supuesto, no nos interesa ganar.  Eso está fuera de nuestro alcance y de nuestro interés.  Lo que pasa es que ya somos ganadores.  Corremos juntos, somos libres, jugueteamos, gozamos nuestra vida.

Comenzamos todos unidos, en un buen grupo.  La distancia se cubre fácil, y cuando sentimos vamos recorriendo ya el trecho de la Terminal.  Ya empezamos también a saludar a la gente en la acera, agitando las manos, ¡Feliz Año Nuevo, Feliz Año Nuevo!  Mientras pasamos, vamos notando la ilusión de los niños y la alegría de sus padres. 

- Ahí va el Chavo! 
- Papa, mirá a Patricio!
- Adiós Chapulín!
- Chabelo!  (no era Chabelo, el disfraz era de Ñoño...)

Siempre sobre la 6a. avenida, llegamos a la 2a calle, la de la Torre del Reformador.  Fue allí donde el año pasado alguien le gritó al primo: "¡Quico hueco!".  Hasta les servimos de catarsis.  Está bien.



Durante la carrera y mientras rebasamos y somos rebasados, vamos celebrando otros disfraces y ocurrencias.  El Papa, que no ha faltado en los últimos tres años.  El cuate disfrazado de Darth Vader -un tanto impráctico por el peso- va ahí también.  Y nos echamos las porras mutuamente.  "¡Vamos, ánimo!".  Todavía faltan ocho kilómetros...

5a calle zona 9.  La esquina del McDonalds.  El sol nos pega de frente.  Ahora que ya sabemos, usamos bloqueador.  El esfuerzo comienza a molestar a los corredores de una vez al año.  Primero la respiración, comienza a doler el estómago, a "entrar aire".  Pero pueden más las ganas.  Por ahí rebasamos al que va disfrazado de Tortrix. 

Tratamos de mantener el paso, no queremos quemarnos.  Pasamos la Montúfar.  Dios mío, cuántas veces pasa uno por aquí tranquilamente en carro; pero ya se ve que corriendo es otra cosa...   ¿A qué hora llegamos a la mitad?  A pesar de que comenzamos a padecer los rigores del asunto, igual vamos felices.  ¡Adióooos, Feliz Año! 

Finalmente, alcanzamos la cuadra anterior al Reloj de Flores.  Se va terminando la zona 9.  Las hermanas, sobrinas, el tío y familia que todavía -o que ya no- corren, se han colocado estratégicamente para proveernos de agua.  Bienvenida sea!  Aprovechamos para que nos tomen fotos y seguimos.

Corremos bajo el puente en el paso a desnivel.  Un gentío se ha reunido y nos saluda desde arriba.  La primera subidita del recorrido que nos encamina a Las Américas.  Para unos prueba ser un reto ya complicado.  Bajan el paso o se detienen, para continuar caminando.  A recuperar el aire.  Otros mejor toman el "atajo" para esperarnos del otro lado, en la Reforma.  El grupo comienza a separarse.



Los demás entramos a Las Américas.  Vamos rebasando gente que se comienza a quedar:  "¡Vamos, vamos!  ¡Animoooo!"  Qué linda la Avenida Las Américas a pie, tanto árbol y tan amplia que se siente.  Seguimos corriendo para llegar a la mitad del trayecto, donde se da la vuelta a la altura de la Meykos.  El esfuerzo nos va cobrando factura.  Comenzamos a perder el paso seguro que traíamos, y nuestra respiración se vuelve irregular.  ¿Ya vamos a llegar?  ¿Dónde está la vuelta?

Al fin llegamos al retorno.  ¿Llevaremos ya cinco kilómetros?  ¿Talvez seis?  ¡Ojalá!  Comienza a verse más gente a las orillas, animándonos.  ¡Dénle, dénle!  ¡Animo!  Pasamos el Obelisco.  Por ahí rebasamos a los chavos que van disfrazados con el uniforme de no se qué colegio de señoritas.  Nunca fallan. Caperucita roja va por aquí también.  Ah, y Optimus Prime!


Ahora, la Avenida La Reforma.  Segundo punto estratégico para el aprovisionamiento.  Ahí están aquellas, y mientras nos dan el agua y toman fotos, yo voy agradecido.  Sí, me siento feliz de que mis sobrinas puedan ver que tenemos la libertad de hacer cosas distintas.  De tener la capacidad de salir del pequeño mundo en que estamos metidos y de crear recuerdos que, a lo mejor, algún día ellas podrán comentar.  Y robarles una sonrisa en el futuro.  Me ilusiona pensar que vamos construyendo una tradición familiar.

Siempre sobre La Reforma, alcanzamos la 12 calle.  El sol ya no es tan fuerte ahora y nos da en la espalda, lo que agradecemos.  Pero ya vamos cansados.  Los últimos 3 o 4 kilómetros los hacemos más con el orgullo que con el físico.  Es cuando la magia comienza a funcionar.  Es ahora cuando se siente el empuje de la gente.  Es cuando corremos impulsados por las porras, los saludos y la alegría de los espectadores a ambos lados de la calle.  A puro grito, manteniendo el espíritu.  ¡Feliz Año Nueeevo!  ¡Feliz Año!  Uffff...

Comienza la bajada del Liceo, el último esfuerzo.  Agradecemos esta bajada.  Rebasamos a Freddy Krueger y Jason, que van corriendo juntos. Ya falta poquito y nos volvemos a animar.  "¡Vamos muchá!, ya casi llegamos!" "¡Animo muchá!".  Conforme nos acercamos a la entrada del estadio, el Mateo, la gente se ha ido acumulando y cerrando el paso.  Dejan un espacio reducido pero pasamos igual, ya casi estamos ahí.  Nos alientan a dar lo último, y lo último es lo que tenemos.

Entramos al estadio.  Como deportistas de élite, pasamos por esa entrada que desemboca en la pista de tartán y que nos muestra la amplitud del graderío a los lados.  Todavía quedan 400 metros que hacemos con el corazón en la mano.  Ya casi no quedan fuerzas, ¡Sólo porque ya es lo último!  Nos agrada la sensación de los pasos sobre esa superficie suave, en el tartán.  Amortiguando nuestro esfuerzo final.

Antes de llegar, la carrera nos regala un último momento de magia y emoción:  Vemos dos personas mayores que van corriendo amarradas por la mano.  Cuando los rebasamos, nos damos cuenta que es una señora que ha corrido con su esposo, ¡ciego!  Ella ha sido sus ojos a través del recorrido...   Todavía se me hace un nudo en la garganta cuando lo recuerdo.  Para mí, eso resumió el espíritu de la carrera.

Los últimos cien metros ahora, ahí está la meta.  Antes de pasar debajo del cartel vemos el reloj ese que nos señala nuestro tiempo de carrera.  ¿Una hora quince? ¿Una hora cinco?  Qué importa...  Nos detenemos pero sentimos que nuestras piernas quieren seguir corriendo.  Recuperamos las fuerzas en la pista y luego de unos minutos nos animamos a subir el graderío para salir del estadio, recoger la tradicional medalla de participación y buscarnos entre el gentío.  Todavía hay quienes se quieren tomar fotos con nosotros.  Los niños ilusionados, felices.  Adelante, tomémonos fotos pues.



Hemos compartido un poco más de una hora sintiéndonos parte de algo grande.  El último día del año, fuimos protagonistas de un sentimiento especial, el regocijo y alegría que esta carrera nos regala.  Riendo satisfechos, volvemos al parqueo, comentando anécdotas, compartiendo dolores musculares.  Ahora, de vuelta a casa.

Más tarde esa noche, luego de que cada uno se ha bañado y cambiado de ropa, el Año Nuevo nos encontrará con las piernas adoloridas y los músculos engarrotados.  Pero ante todo, con la alegría de haber pasado otra aventura juntos y ese sentimiento de haber vuelto a ser niños, por unas cuantas horas.  Renovados.

Misión cumplida, hasta el próximo año...  Feliz Año Nuevo!!