martes, 31 de agosto de 2010

El Hormiguero

Estoy acostado en la cama, la luz apagada.  Comienzo a sentir que algo me camina en el brazo.  Lo busco pero no veo nada.  Enciendo la lámpara y descubro que es sólo una hormiga.  Pero miro con atención y me doy cuenta que se está multiplicando: ya no es una, ahora son cien.  Y siguen multiplicándose, ahora son mil, cien mil, millones!   ¡Estoy cubierto de hormigas..!  Siento erizarme, siento un escalofrío mientras los millones de patas caminan sobre mi cuerpo, atravesándome.

Pero no es que esté cubierto de hormigas.  No.  Es mi cuerpo, ¡Me estoy transformando en un hormiguero!  Mi humanidad se disuelve mientras mi cuerpo/hormiguero se esparce, baja de la cama.  Lentamente la sombra negra se dirige hacia la sala, camina en la alfombra hacia la ventana.  Trepa la blanca pared y comienza a salir de la casa.  Se puede sentir la vibración, oír el crujido, el murmullo de miles de patas caminando al mismo tiempo.  Se mueve como una gran mancha, en dirección a la calle.

Al alcanzar el asfalto, ya no son hormigas, ya no soy un hormiguero.  Me he vuelto a transformar, ahora en miles de partículas que vuelan con el viento.  ¿Seré polen, seré polvo?  Sí, ahora vuelan hacia todos lados.  Me pego, me voy con la gente.  Con el gordo de barba blanca que me preguntó algo en la parada del bus aquel día.  Con la chinita a la que le expliqué como llegar a la biblioteca.  Con la muchacha que ví camino al super.  Con la latina que me atiende en inglés en el McDonalds.

Voy con todos, me he comenzado a expandir exponencialmente.  Estoy en todos lados...   Soy todos, estoy con todos.  Soy mis gestos, soy mis palabras.   Soy algo que me conecta con cada persona que he encontrado.  ¡Soy un mensaje! 

Y ahora necesito expandirme más, me invade una necesidad imperiosa de extenderme.  Debo encontrar otra forma mas rápida.  Volverme eléctrico, electrónico.  ¿Talvez de luz?  Debo encontrar la forma de expandirme lo más rápido posible, para llegar a donde están todos.  Volar por la ciudad, sortear las casas, los barrios, los edificios, montañas, ríos y mares.

Ya se, me transformaré en una idea, en un pensamiento.  Acércate, escucha con atención: ya estoy ahi, ¿Acaso no oyes mi voz? Justo ahí, en tu cabeza...  Lo logré.


Para ustedes que me honran con su visita; gracias por dedicarme unos minutos de su tiempo muchá.  Y ya saben que sus comentarios son siempre bienvenidos, de lo que sea, lo que les guste o lo que no.  Me encanta saber de ustedes.

Y aprovecho para compartirles mi nuevo blog en inglés (http://thewhiteotter.blogspot.com/), inicialmente traducciones de Pata de Chucho (vieran que no es tan fácil...  jajaja).  Ya después a lo mejor tengan distintos contenidos.  A construir mas puentes electrónicos y mas abrazos virtuales pues...

jueves, 26 de agosto de 2010

El cachorro asesinado

Hace un mes encontré en la biblioteca un libro que no se si se podrá encontrar en Guatemala.  Lo leí interesado en conocer mejor las interioridades de la aventura de este personaje en otra parte del mundo y su determinación por cambiar su realidad.

Pero también lo hice recordando a la mujer más fuerte que he conocido en mi vida.  Alguien en cuya estatura, como escribí alguna vez, no cabrían dos vuelos de colibrí.  Pero alguien con una fortaleza sin límites que le permitió criar siete buenos hijos.  Pero eso será material para otro post.  O talvez no.

El caso es que a mi mamá le encantan las lecturas del tiempo de la guerrilla.  En cada Feria del Libro, siempre andábamos pendientes de encontrarle algo de "El Gallo Giro", Yon Sosa, el Comandante Cero, Los Compañeros; todos forman parte de su imaginario personal y su transcurrir por este mundo.  Medio en serio medio en broma, alguna vez comentamos que hubiese sido feliz viendo a alguno de nosotros -o quizás ella misma- "agarrar pa'l monte" a luchar por nuestros ideales. Nostalgias de tiempos distintos, donde había otras formas de ver el mundo, otras posibilidades.  Un tiempo donde los ideales no tenían precio, ni apestaban a ONG, corruptela o tráfico de influencias.

Aquí comparto entonces, de forma literal, un capítulo que me pareció pinta de manera muy humana -con todas nuestras contradicciones-, al personaje en cuestión y las circunstancias de la guerra en la montaña.

"Camilo había salido apresuradamente con unos doce hombres, parte de su vanguardia, y ese escaso número debía repartirse en tres lugares diferentes para detener una columna de ciento y pico de soldados.  La  misión mía era caer por las espaldas de Sánchez Mosquera y cercarlo.  Nuestro afán fundamental era el cerco, por eso seguíamos con mucha paciencia y distancia las tribulaciones de los bohíos que ardían entre las llamas de la retaguardia enemiga; estábamos lejos, pero se oían los gritos de los guardias.  No sabíamos cuántos de ellos habría en total.  Nuestra columna iba caminando dificultuosamente por las laderas, mientras en lo hondo del estrecho valle avanzaba el enemigo.

Todo hubiera estado perfecto si no hubiera sido por la nueva mascota: era un pequeño perrito de caza, de pocas semanas de nacido.  A pesar de las reiteradas veces en que Félix lo conminó a volver a nuestro centro de operaciones -una casa donde quedaban los cocineros-, el cachorro siguió detrás de la columna.  En esa zona de la Sierra Maestra, cruzar por las laderas resulta sumamente dificultuoso por la falta de senderos.  Pasamos una difícil "pelúa", un lugar donde los viejos árboles de la "tumba" -árboles muertos- estaban tapados por la nueva vegetación que había crecido y el paso se hacía sumamente trabajoso; saltábamos entre troncos y matorrales tratando de no perder el contacto con nuestros huéspedes.

La pequeña columna marchaba con el silencio de estos casos, sin que apenas una rama rota quebrara el murmullo habitual del monte; éste se turbó de pronto por los ladridos desconsolados y nerviosos del perrito.  Se había quedado atrás y ladraba desesperadamente llamando a sus amos para que lo ayudaran en el difícil trance.  Alguien pasó al animalito y otra vez seguimos; pero cuando estábamos descansando en lo hondo de un arroyo con un vigía atisbando los movimientos de la hueste enemiga, volvió el perro a lanzar sus histéricos aullidos; ya no se conformaba con llamar, tenía miedo de que lo dejaran y ladraba desesperadamente.

Recuerdo mi orden tajante: "Félix, ese perro no da un aullido más, tú te encargarás de hacerlo.  Ahórcalo.  No puede volver a ladrar."  Félix me miró con unos ojos que no decían nada.  Entre toda la tropa extenuada, como haciendo el centro del círculo, estaban él y el perrito.  Con toda lentitud sacó una soga, la ciñó al cuello del animalito y empezó a apretarlo. 

Los cariñosos movimientos de su cola se volvieron convulsos de pronto, para ir poco a poco extinguiéndose al compás de un quejido muy fijo que podía burlar el círculo atenazante de la garganta.  No sé cuánto tiempo fue, pero a todos nos pareció muy largo el lapso pasado hasta el fin.  El cachorro, tras un último movimiento nervioso, dejó de debatirse.  Quedó allí, esmirriado, doblada su cabecita sobre las ramas del monte.

Seguimos la marcha sin comentar siquiera el incidente.  La tropa de Sánchez Mosquera nos había tomado alguna delantera y poco después se oían unos tiros; rápidamente bajamos la ladera, buscando entre las dificultades del terreno el mejor camino para llegar a la retaguardia; sabíamos que Camilo había actuado.

(...)

Había habido lucha y una muerte.  El muerto era de ellos, pero no sabíamos nada más.

Volvimos desalentados, lentamente.  Dos exploraciones mostraban un gran rastro de pasos, para ambos lados del firme de la Maestra, pero nada más.  Se hizo lento el regreso, ya por el camino del valle.

Llegamos por la noche a una casa, también vacía; era el casería de Mar verde, y allí pudimos descansar.  Pronto cocinaron un puerco y algunas yucas y al rato estaba la comida.  Alguien cantaba una tonada con una guitarra, pues las casas campesinas se abandonaban de pronto con todos sus enseres dentro.

No se si sería sentimental la tonada, o si fue la noche, o el cansancio...  Lo cierto es que Félix que comía sentado en el suelo, dejó un hueso.  Un perro de la casa vino mansamente y lo cogió.  Félix le puso la mano en la cabeza, el perro lo miró; Félix lo miró a su vez y nos cruzamos algo así como una mirada culpable.  Quedamos repentinamente en silencio.  Entre nosotros hubo una conmoción imperceptible.  Junto a todos, con su mirada mansa, picaresca con algo de reproche, aunque observándonos a través de otro perro, estaba el cachorro asesinado."

Pasajes de la Guerra Revolucionaria
Ernesto Che Guevara

A saber si sería este.

jueves, 19 de agosto de 2010

El Artefacto

Es el año 2021, un niño del futuro se aventura a salir de su vecindario.  Hay un sitio baldío que siempre le ha llamado la atención conocer (niño, al fin y al cabo) pero no se había animado a hacerlo.  Prefiere pasar el día conectado, a través de sus videojuegos, con sus amigos que viven del otro lado de la ciudad.  Mil y un batallas y aventuras virtuales.

Sus padres le han advertido que nunca vaya allí, que puede ser un lugar peligroso.  Como la mayoría de adultos, le han infundido miedo para ahorrarle sustos.  Con ésto en mente, el niño camina temeroso, adivinando en cualquier ruido una amenaza latente...  escondida.

Al llegar a los linderos de su vecindario, siente el deseo de abandonar su expedición, salir corriendo de vuelta a la seguridad de su hogar.  Pero no lo hace; hoy está decidido a encontrar qué hay allí.  Conforme se acerca, percibe olores extraños y penetrantes.  Olor a descomposición, a plástico asoleado, a hule.  Hay agua estancada y mucho polvo entre los promontorios de cosas abandonadas que descubre.  Llantas, aparatos de metal de todo tipo, plásticos.  Todo amontonado, apilado en un espacio polvoriento y viejo.

Con curiosidad comienza a internarse en el basurero.  Formas, colores y figuras nunca antes vistas.  Maravillas ante sus ojos.  Toda una aventura.  Repentinamente, se topa con algo que llama su atención.  Debajo de un pequeño promontorio, protegido del sol, hay algo...  Es de color rojo, un rojo bastante llamativo a pesar del polvo que lo ha cubierto.  Se inclina, extiende el brazo y tira de él.  Nada.  Tira más fuerte y logra sacarlo.  Ahora lo tiene entre sus manos.

El niño se pregunta que podrá ser este artilugio.  Nunca había visto algo similar y ninguno de sus amigos tiene uno (o por lo menos no se lo han enseñado a traveés de su pantalla).  Con extrañeza lo levanta, tratando de entender.  Su superficie es áspera y la sensación al tacto es un tanto amortiguada, suave.  Fascinante.  Escritas en letra pequeña, encuentra una serie de instrucciones:

"Éste producto no responderá a comandos de voz ni teclado, no es compatible con ningún juego de video ni tiene sistema GPS incorporado."

¡Es un juguete!  Pero un poco extraño...  No tiene ningún puerto o entrada para conectarlo online.  Tampoco aparenta tener baterías o conexión eléctrica.  Ni siquiera tiene una clasificación de uso (infantil, adolescentes).  Muy extraño, de hecho.  Sigue leyendo...

"Interacción física necesaria.  El juego no puede pausarse una vez está en movimiento.  Se requiere presencia física para modo multi-jugador."


Ya un poco hastiado, el muchacho regresa el juguete al lugar donde lo encontró.  ¿Quién quiere jugar con algo que no puede pausarse?  ¿Algo que necesita presencia física para modo multi-jugador?  Y peor en estos tiempos, cuando hay tan pocos niños en la ciudad...  Justo en ese momento, la alarma de la agenda portátil en su muñeca suena, recordándole que necesita la siguiente dosis de protección solar.  Por lo del melanoma, tan común y curable en estos tiempos pero una verdadera molestia en caso necesite un re-cultivo de piel, sin mencionar el precio del tratamiento.

Vaya aventura la de hoy, qué decepción...  Mucho polvo, calor y sólo encontró un juguete inútil.  Mientras corre de vuelta a casa, desencantado, el aparato rueda fuera del promontorio dejando leer la marca, en letras mayúsculas:

PELOTA®

miércoles, 11 de agosto de 2010

Paraísos personales

-Pónganse cómodos en sus asientos, lo más cómodos que puedan...

Muevo el trasero, jalo las piernas, enderezo la espalda. No, estoy muy rígido. Me hundo en la silla y de forma muy consciente, evito entrelazar los dedos o cruzar los brazos, lo cual cerraría mi espacio emocional. Así está mejor.

-Ahora respiren, inhalen profundamente. Exhalen. Otra vez...

Cierro los ojos, trato de concentrarme, de enfocarme. Mi cabeza comienza a dar vueltas. Bueno, a lo mejor no me da vueltas, pero seguro se mueve.

-Piensen en un lugar que les guste, un lugar en el que se sientan cómodos, donde prefieran estar...

¿Qué lugar puede ser ese? A ver. Me voy a la derecha de mi mente, hacia el noreste otra vez. Ahi está. Estoy en un lugar a orillas de un lago (no falla). ¿Debería estar lloviendo, para sentirme protegido en el zaguán? No. Es un día sin lluvia.

¿Qué estoy haciendo? Escribo, en un cuaderno. Algo que no hago casi nunca. ¿Con quién estoy? Con ella. Ella está conmigo. Lo malo es que "ella" es una imagen borrosa, ¿Será acaso porque no la conozco? ¿Porque no se quien es? Pero sí, es un lugar fuera de la ciudad, naturaleza alrededor, calmado, soleado y tibio. Un lago limpio, cristalino.

-Sientan que están disfrutándolo mucho, que no hay preocupaciones, un lugar donde quieran estar...

Súbitamente soy niño otra vez. Ahora es una casa concreta. La finca (insisto, no falla). El olor a madera de la casa, otro olor no se de qué pero un tanto dulce. Estoy en el piso de abajo, entre el comedor, en el que a veces ponían aquel "boquitero" con la bolita de vidrio, y la sala con los sillones grises y aquel tapete de ¿toros? cubriéndoles el respaldo. Afuera, la verde grama bien cortada que rodeaba la casa, los árboles un poco más allá, antes de bajar al lago. Ah, y la "estatua" de flamenco rosada y medio despintada.

Si, ahí fui feliz. Mis papás se ocupaban de nosotros, mi mamá siempre pendiente que no nos faltara nada y mi papá en su rol de guía y cabeza de familia. Mis hermanitos y algunos primos, de seguro buscando sapos bajo las piedras a la orilla del lago, talvez bañándose en él o a lo mejor jugando cerca de la casa de Toledo y la Ramona; allá por el gallinero.

Por ahí andan también la abuela Gloria, a lo mejor cocinando con mi mamá, o con la Margarita. La cocina olía diferente, a lo mejor por la comida. Ahí dizque ayudé una vez a la Olguita y la abuela Cony a pelar papas.  Dizque.

El olor del perfume de la abuela Cony y sus pujiditos al hablar, no se bien por qué.  Recuerdo que a veces cuando estaba de pie, juntaba sus manos detrás de la espalda. Y la voz algo raspada del abuelo Sali, su sonrisa medio de lado, y señalaba con el índice. Ambos, claro, cuidándonos a todos.

El Land Rover (razón por la que me encantan esos carros), en sus últimos días siempre guardado en aquel garaje. Los árboles de fruta de la parte de atrás de la casa. La bomba de agua a la orilla del lago, que surtía el depósito que estaba cerca de la cocina.

La botella de Agua Salvavidas -de vidrio en aquellos tiempos- que había que balancear para sacarle agua. El cuadro aquel de la inquisición (que nos daba miedo) en el cuarto abierto del piso de arriba. La marimbita y el barco blanco de madera sobre aquella repisa.  El mirador, donde muchas veces almorzamos sardinas, frijoles, curtido y coca. El rótulo azul de TACA que decía "This seat is occupied!" y que el abuelo tenía en el baño.

El picop Datsun blanco, el caminito bordeado por piedras que daba al lago, los cactus en el otro extremo.  Las pozas de agua caliente en el "terreno de Mariíta", a la par. La playa pública, a dos terrenos de distancia.


Los tíos que llegaban de visita el Sábado de Gloria, había boquitas, había guacamol, había cerveza y guaro. Se sentaban en los pedazos de tronco que estaban en el zaguán y que hacían de bancos. O en la banca roja. Se ponían a contar chistes, siempre bullangueros, siempre alzando la voz.  Las macetas colgadas en el frente con "Cola de Quetzal" y otras plantas que ni conozco el nombre.

La tía: "Esto podrá ser Gallo Light pero yo ya estoy a v*rga!"; nuestro temor porque "Salva nos llegaría a pegar para que creciéramos"; los patojos queriéndonos comer las boquitas -tortillitas y bolitas-, pero solo un poco porque eran para los adultos que tomaban.  Aquella pobre culebra negra que Salva mató cuando fuimos a aquellas ruinas que quedaban cerca; la tienda donde comprábamos.

Estoy ahí. Percibo los olores, las temperaturas, los ruidos, TODO. No lo puedo evitar y dejo escapar la primera lágrima, que me recorre la mejilla derecha. Así que esto es para mí la felicidad. Esos tiempos en los que había muy poco de que preocuparse. Donde siempre había alguien ahí, para uno. Tu papá, tu mamá, tus abuelos, tus tíos. La familia.

El ejercicio continuó con otras ideas similares, y ahora me resulta obvio que en el futuro, yo solo quiero regresar a la casa del lago. Volver a estar ahí; sentirme otra vez ahí. ¿Qué mas quiero que estar escribiendo, disfrutando de un clima maravilloso en un ambiente familiar? ¿Atitlán, Petén Itzá? ¿Por qué no?

-Poco a poco imaginen esta habitación otra vez, los escritorios, el reloj...

Mañana hará un trimestre que vine a Canadá. Y hay días en que por mucho que racionalice y piense en todas las ventajas, esto del desarraigo se me pone muy difícil...  Mierda., ahora sólo quiero limpiarme los ojos antes que los demás abran los suyos.


Quiero seguir buscando,
quiero seguir llorando
y no sentirme mal.
-Aire, Bohemia Suburbana

domingo, 1 de agosto de 2010

Vidas ambulantes

Hace unos dias veía el anuncio del documental "Vidas Ambulantes", que se presentará la semana próxima.  El tema es de los vendedores, músicos y otras personas que trabajan en la calle.  Inevitablemente el trailer me transportó a la esquina de Granville y Dunsmuir, aquí en Vancouver.  Paso por ahí todos los días para llegar a un curso que estoy tomando.

Pues resulta que en el suelo de esa esquina se sienta un anciano a pedir dinero mientras toca su guitarra.  Sí, aquí también pasa.  Y me sucedió de nuevo.  El lunes que lo ví por primera vez, a medio día, me inundó de tristeza.  Nomás fue verlo y escucharlo y sentí otra vez ese hoyo en el pecho, esa honda sensación de vacío.  Otra vez el abuelo Paco, justo ahí frente a mi.

Por lo menos ahora entiendo por qué me pasa eso.  Reconozco la tristeza, la ternura, el cariño que estas personas me transmiten cuando reconozco en ellos la imagen que tengo de mi abuelito.  De alguien marginal, en la periferia de la sociedad.  Un artista, un sabio, un genio abandonado a la autodestrucción por el alcoholismo.

El abuelo Paco tocaba la guitarra, magistralmente.  Hablaba inglés, hablaba francés.  También declamaba, era un gran poeta. Para el Jueves Santo, mi familia gozaba de sus deliciosas ocurrencias con los "Testamentos de Judas".  Pintaba acuarela, lo recuerdo reclinado sobre una silla, pintando paisajes.  El pincel, los colores, el guacal con agua.


Un artista completo.  Una sensibilidad excepcional.  A lo mejor fue por eso que se consumió él mismo.  Era tan vasto su dolor; su forma de sentirlo...  la soledad, el desarraigo, la búsqueda.  Su suicidio fue solo el último paso de un camino que había comenzado hacía mucho.

Entonces, es eso lo que siempre encuentro en los artistas callejeros: la muchacha que tocaba la guitarra aquella noche fría en Covent Garden; el violinista en la estación del Métro de París, el negrito aquel de pelo cano que tocaba "Buffalo Soldier" en la 40R.  También en los mendigos, como aquel señorón que se sienta en una esquina de la zona 14, cerca de mi trabajo anterior.  Son esos personajes urbanos que viven al margen, fuera de las prioridades y valores que la mayoría consideramos normales.  Prima en ellos otra escala de valores, otras formas de ver la vida.  Sin tanta paja ni pose, son verdaderos rebeldes.  No se puede estar cómodo todo el tiempo, hay que hacer algo, hay que extenderse, hay que arriesgarse a sentir.  O quizás simplemente no logran enmarcarse en lo cotidiano.

A pesar de su dolorosa etapa final (o talvez por eso) aún le guardo mucho cariño al abuelo.  Yo tenía ocho años cuando decidió dejarnos.  Pero creo haber aprendido cosas que en su momento ni él ni yo supimos que me enseñaba.  Tuve varias lecciones de vida y muchas enseñanzas.  Aprendí a no conformarme con lo "normal", con lo establecido.  A no limitarme a las posibilidades circunstanciales de mi vida.  A entender que había otras realidades, otras visiones, otros mundos.  Que hay otras formas de vida mas allá de lo que tus ojos pueden ver y que está en mí el poder escoger cuál me queda, cuál me gusta mas.

Y recordar también lo corta que es la vida; y que sólo la tenemos prestada... 

Vidas ambulantes.  Eso es.  Hay quienes sentimos la necesidad de salir a explorar.  Viajar para encontrar qué hay allá afuera: para sentir la riqueza y la pobreza de nuestra humanidad.  Habrá días tristes, habrá días duros, pero nadie dijo que iba a ser fácil. Y aquí estoy entonces, inmerso en mi soledad, en mi desarraigo, enrolado en mi propia búsqueda.  En el margen, en mi periferia.  Desde aquí afuera se miran mejor mis luces y sombras; desde aquí espero encontrar la ruta que seguiré, el mejor camino hacia mi humanidad. 

Así que donde quiera que me estés viendo, gracias Abuelito Paco.  Lección aprendida, tomé nota.